Barry Levinson ha cumplido 81 años, posee una trayectoria solvente y en los años 80, su cine lo señalaba como uno de los autores norteamericanos más vertebrales de ese tiempo crepuscular en el que Hollywood dio un giro suicida hacia la infantilización de sus películas.
Cuando han pasado 15 minutos de «Tregua(s)» todo el público intuye que lo que viene a continuación no será muy distinto de lo visto hasta ese momento. Es decir, estamos ante un cine de alcoba en el que una pareja va a pasar por diferentes estados de ánimo, al tiempo que se nos suministran nuevas informaciones sobre cada uno de ellos y su peculiar relación.
Hay una notable diferencia a la hora de enfrentarse al cine de vampiros en función de la complicidad que por el género sientan quienes se adentran en ese campo minado. A un lado están los directores afines al mundo de «los no muertos»; del otro, se trata de incursiones singulares que cineastas con marcada personalidad deciden realizar en un momento dado.