ONE SECOND de Zhang Yimou
Tierra de huérfanos
En 1987, Zhang Yimou se hizo director con «Sorgo rojo». El impacto visual de aquel cine tan distinto a lo que entonces se veía, lo consagró de inmediato como la máxima referencia del cine chino de la quinta generación. Así se designaba a un puñado de jóvenes realizadores que habían vivido bajo los (d)efectos de la revolución cultural y que habían sufrido el ajuste de cuentas y los excesos políticos del nuevo orden.
Diez años después, Yimou ya había fascinado al mundo con obras rotundas, conmovedoras e incontestables como “Ju Dou”, “La linterna roja”, “Qiu Ju, una mujer china”, “¡Vivir!” y “La joya de Shanghai”. En estos días, tras una carambola de la que se sigue sin desvelar el misterio, Yimou estrena internacionalmente en el SSIFF, “One second”, una película que debía haberse presentado en la Berlinale del pasado febrero pero que, a última hora y pese a haber sido anunciada, se cayó de la programación.
Ahora se cumplen 24 años de aquella visita a Donostia. En aquel año, su éxito artístico, y especialmente su revisión de la reciente historia de su país, lo habían colocado al borde del abismo. La censura china le asediaba, las cadenas se acortaban poco a poco y ese 1997, cuando San Sebastián lo invitó a ser presidente del jurado, Yimou, con 47 años de edad, se vino con “Keep cool!” bajo el brazo y una mueca de tristeza en los ojos.
Aquella crónica amarga sobre la desaparición de las señas de identidad de la antigua china seducida por los nuevos ricos, la movida de Pekin hecha de imitación barata del Tokio cibernético y de la Nueva York de los Clinton, era lo que se le permitía contar. Había que mirar hacia el porvenir, el pasado, ni tocarlo.
A la pregunta de si no sería mejor abandonar su país y hacer como su compañero Cheng Kaige, abrazar la aventura americana, Yimou, hombre de maneras suaves pero de convicciones de piedra, me contestó que quizá podría hacer una película en EE.UU., pero que su imaginario, sus implicaciones y su identidad estaban en China. En China se quedó y su trayectoria artística, personal y política zozobra en una cola de dragón. Asciende y desciende. Hoy es héroe, mañana lo denuncian. Ayer lo premiaron, mañana dirán que está obsoleto.
El Yimou que hoy no ha venido a San Sebastián ha cumplido 71 años –o 69, no hay unanimidad ni siquiera en la fecha de su nacimiento-y sigue cargando con un rictus de tristeza. Como sus personajes, se obstina en sus convicciones. Y en “One second”, en realidad dos doceavos de segundo, puesto que el título hace alusión a dos fotogramas de una película, Yimou construye un relato en torno al oscuro pasado chino y al cine que tanto ama. En su universo cinematográfico, una línea entre dos puntos lejanos, se dibuja en un extremo, el amante de las coreografías épicas y origen del cine, el heredero de Fritz Lang y Cecil B. de Mille. En el otro, está Chaplin y lo que el director y actor británico representa: emoción, reivindicación, esperanza.
“One second” arranca con el deambular errante por dunas de arena y viento de un fugitivo. No huye hacia la libertad sino hacia un cine. Busca poder ver, aunque sea en unos breves segundos una película, un documental dende aparece su hija perdida. Ha sido víctima de la depuración. Y al huir de su prisión en busca de una sala de cine se ha convertido en un vagabundo que como Charlot comparte miseria y soledades con una niña.
Ese contexto le resulta suficiente a este Yimou que obedece a su cine más intimista hecho de comedia suave y lágrimas secas. En síntesis, el filme inaugural de la 69 edición del SSIFF se alza como un bello y conmovedor relato, imperfecto e irregular, emocionante y preciso relatado por un director que no se ha movido de donde decidió estar.
Cuenta lo de siempre: la vulnerabilidad de los seres humanos y sus contradicciones.Como en el cine de Chaplin, como en las comedias de Capra, Yimou no renuncia a provocar sonrisas en medio de la miseria y el infierno.
Eso acontece con la historia del protagonista de “One second”, un homenaje que convoca a “El chico” al tiempo que da la vuelta por completo a “Cinema Paradiso”. Y con ello proyecta la odisea heroíca y anónima de un hombre que buscaba ver en las sombras hechas cine lo que fue su hija en otro tiempo; sin observar que, a su lado, había una huérfana buscando al padre que le quitaron.