Fuera de concurso, Martin Cuenca presentó “La hija”, un solvente y oscuro melodrama

Thierry de Peretti y su contundente denuncia de la implicación policial en el narcotráfico

Una alambicada denuncia sobre el narcotráfico, el poder político, la guerra sucia y las cloacas del estado, “Enquête sur un scandale d´état/Undercover”, del director francés Thierry de Peretti, fue la única película en competición en la sección oficial a concurso en la jornada del miércoles. A su lado, fuera de concurso, porque en la sección oficial hay mucho cine español, “La hija” de Martín Cuenca ratificó que el nivel de este año está a la altura del anterior. Por sí mismo, eso ya es una buena noticia. La calidad de la sección oficial paradójicamente ha mejorado en tiempos de alarmas sanitarias. Ahora vemos mejor cine en medio de protocolos diversos y rituales ridículos: para coger entradas, para salir de las salas, … Demasiadas trabas y limitaciones, y muchas veces groseramente infantilizantes sin razón ni sentido.

Un recorrido por la trayectoria, si no larga sí notable, de Martín Cuenca, permite establecer algunos rasgos estilísticos que progresivamente han ido conformando el imaginario de un director menos reconocido de lo que se debe. Por ejemplo, resultaría muy discutible argumentar por qué su filme ha quedado fuera de la competición cediendo su derecho a premio ante al deslavazado ejercicio de Fernando León de Aranoa. Nos falta por ver lo de Jonás Trueba y lo de Paco Plaza para poder evaluar con más criterio las razones de su postergación, pero de momento, pese a sus debilidades, “La hija” ofrece más cine que “El buen patrón”.

Pero no es esa cuestión porque, con premio o sin él, “La hija” de Martín Cuenca crece sobre algunas de sus mejores virtudes ya ofrecidas en filmes precedentes. Especialmente en los dos últimos. De “Caníbal”, “La hija” recicla la gravedad del tempo narrativo del cine de Cuenca. Eso incluye el riesgo de un cierto ensimismamiento que ralentiza a veces más de la cuenta su ritmo. Su gusto por los paisajes aislados, su militancia en retratar personajes anónimos, ciudadanos de apariencia intachable y de comportamientos perversos, la fascinación por los coches y la ambivalencia moral de dilemas siempre ubicados en esas zonas de nadie donde lo moral no es necesariamente lo bueno.

De la anterior, de “El autor”, Cuenca recupera a un actor, a un Javier Gutiérrez capaz de hacer verosímil lo imposible. De apariencia discreta, Gutiérrez ha conseguido imponerse como uno de los mejores actores españoles desde el fondo del escenario, desde donde tantos secundarios desaparecen sin la oportunidad de evidenciar su talento. Gutiérrez ya no es uno de ellos, en todo caso merece un lugar al lado de los más poliédricos histriones del cine español: puede hacer real casi todo, incluso lo menos posible.

Y ciertamente no es que no sea posible el entramado del argumento de “La hija”, pero sí parece bastante improbable y desde luego difícil de representar con convicción. En la Jaén profunda, la de los caminos rurales donde casi nadie tiene acceso, acontece un acuerdo de alto riesgo, una adopción que desemboca en una atmósfera de tensión y violencia.

El estado en la picota.

Conducido a través del relato de Stéphane Vilner, un periodista de Libération desde cuyas páginas se denunció la corruptela policial, judicial y política del gobierno francés en el mundo del narcotráfico, “Undercover” se mueve como un enorme entramado lleno de ramificaciones. Sus principales protagonistas son dos hombres casi anónimos, el citado periodista que desveló el caso, y Hubert Antoine, un topo de turbio historial cuyas denuncias evidenciaron la miseria del poder, los tejemanejes del mundo de la droga y la hipocresía social.

Como proyecto cinematográfico, “Undercover” se sabe de ambición extrema. Se sustenta sobre cientos, miles de conexiones de difícil exploración y casi de imposible explicación. Bastaría con evocar la secuencia en la que un juez español, en Marbella, relata a los periodistas franceses el tema del narcotráfico. Sus aclaraciones parten de un alijo de varias toneladas de marihuana escondidas en una urbanización marbellí para pasar a ETA, a la guerra sucia y el GAL e incluso hasta la guerra civil.

La eterna historia de siempre. La basura del poder se remonta al origen de los tiempos y con semejante pretensión, airear sus miserias, Thierry de Peretti, revestido con el sentido de la elipsis y la concreción del Assayas de “Carlos” y las ganas de denuncia del Gavras de “Adults in the room”, resume y compendia en dos horas un caso de cientos, miles de folios de un sumario que no es sino la punta del iceberg.

En apenas 120 minutos que pasan ligeros, con rotunda eficacia y ejemplar didactismo, Peretti conduce sus piezas bajo la partitura de un thriller político. Con gélida precisión alumbra este “Watergate” francés en el siempre resbaladizo mundo del narcotráfico y el poder económico. Su recorrido va de Marsella a Marbella; de los altos despachos ministeriales a la redacción del Libération; de las playas españolas a los juzgados de París. Varias son las virtudes que este filme presenta a través de su dirección y guion. Las tres principales: coherencia, interpretación y capacidad de síntesis.

Con ellas, lo que con otra mirada menos enfocada probablemente se hubiera perdido en la nada, o en el barullo, aquí cultiva un estremecedor documento en torno a la farsa social; esa realidad tan llena de contradicciones como imprevisible en sus efectos secundarios.

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