En los prolegómenos, cuando Cate Shortland, la directora austro-alemana de “Viuda negra” refleja la plácida existencia de la familia de espías más disfuncional del cine actual, vemos a las “hermanas”, Yelena Belova y Natasha Romanoff, contorsionarse en un juego infantil de resistencia y equilibrio.
El destino del tren hacia el que viaja esta nueva comedia de Santiago Segura se mueve por los caprichos de la subvención. Es decir, Asturias es puro pretexto fruto del delirio de ese empeño autonómico por acoger rodajes de cine, como si el cine fuera una suerte de Mister Marshall del siglo XXI.
A Kiyoshi Kurosawa le sucede como a Werner Herzog quien cuando hace ficción convierte el rodaje en una epopeya documental y cuando se adentra en la no ficción, la sensación de irrealidad impone una sospecha que obliga a cuestionarlo todo.