Nuestra puntuación
Título Original: OLEA… ¡MÁS ALTO! Dirección y guión: Pablo Malo Intérpretes: Documental País: España. 2019 Duración: 90 minutos
Genio y figura
Pablo Malo dirige y se hace invisible. Y Pedro Olea, un contador de historias que a sus 82 años confiesa que guarda un montón de proyectos en su escritorio, en contra de su costumbre, se convierte en la materia del relato. Él es el texto fílmico, él -su vida profesional-, aporta la urdimbre argumental de un documento que repasa una trayectoria tan relevante como desconcertante y desconocida.
Este filme nació dentro de un proyecto ideado para recuperar la memoria y el hacer de los directores de cine españoles que supieron del tardofranquismo e ilustraron la transición. Aquella idea, como la que en los años 90 trató de unir artistas y directores, (de aquel naufragio estrepitoso nació “El sol del membrillo”); se ha ido perdiendo por el camino. Por suerte, la entente entre Pedro Olea y Pablo Malo, fructifica en un testimonio ágil y cálido, sincero y carente de los molestos deseos de transcendencia que aparecen en este tipo de obras.
Pablo Malo derrocha sencillez y oficio. Desde una ausencia total de protagonismo deja que Olea se exprese, que verbalice alto. Utiliza testigos de cargo, aquellos, que con más o menos afinidad, trabajaron con él. Como una Concha Velasco que interviene como una extensión del entrevistador. Y Olea habla a la cámara, habla al espectador y habla con Pablo Malo. Y lo hace con la misma ausencia de impostura y fatuidad que también atraviesa a su ocasional biógrafo. Son dos directores vascos, Malo y Olea que viven a pie de calle, son gente de calle desde donde, cada uno a su manera, filman historias quizás para soñarse en el mundo.
Así, “Olea, ¡más alto!” despliega en orden cronológico el periplo de un bilbaíno que hacía cine vasco antes de que se acuñase ese término. Y Malo lo ilumina con solvencia y respeto. Así recupera uno a uno los peldaños de una carrera mucho más digna que la de directores que pasan por ser referenciales y cuyo legado ni se recuerda ni merece ser recordado.
Mientras tanto, Olea habla y habla, sin pelos en la lengua, sin jugar a lo que no es. Puede sorprender ese llamar “al pan, pan y al vino, vino” si no se le conoce. Pero en cualquier caso, solo cabe, tras este aleccionador recorrido, recuperar sus películas que siguen conservando interés y confiar en que Olea pueda sacar de su cajón su penúltimo proyecto.