En 1995, cuando Joe Johnston, con la complicidad de Robin Williams, presentaba con enorme éxito el primer “Jumanji”, sabía que partía de un buen relato y que tenía a su servicio a un excelente plantel, con el citado Williams a la cabeza. La semilla original había que buscarla algunos años antes, en 1981, cuando Chris Van Allsburg presentó un pequeño relato infantil con el que ganó uno de los más prestigiosos premios de novela ilustrada.
El saber popular no se cansa de repetirlo, de buenas intenciones el infierno se llena. Ese averno está tan lleno de ellas como lo estuvieron hace unos años los videoclubs, y hoy las plataformas, de malas películas que creyeron que estaban haciendo algo decente. La decencia, en este caso, se reviste de reflexión sobre los otros, sobre la población emigrante en la Francia del bienestar.
Le hubiera bastado (y le hubiera salvado) a Alice Winocour con concluir su película antes del inicio de la cuarentena previa al lanzamiento de “Proxima”, nombre de la operación espacial de la que forma parte su protagonista, para haber firmado una buena película. De haber sido así, ahora estaríamos ante uno de los mejores textos sobre el peaje que cada día, en cada circunstancia, paga la mujer por ser mujer en un mundo de patriarcas.
Entre el principio y el final de “El joven Ahmed” se alberga y se describe un proceso criminal y envilecedor. Un periplo sin sentido en el que, como se cuestionaba Hannah Arendt (1906-1975) al interrogarse por el fanatismo nazi, se impone “la lección de la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes”.
Tras la pesadilla del “Txantxigorri´s killer” (ver crítica de “El guardián invisible” en www.ghostintheblog.com), y forjada por los mismos creadores, llega este “Mater horribilis” que se encomienda a Tartalo, ante cuya enunciación, uno de los policías, en un exceso de sinceridad autoral, exclama; “Primero Basajaun, ahora Tartalo, el siguiente será el Olentzero”.