Tezuka no dudó en manifestar su admiración por Walt Disney, una fascinación que, como buen japonés, pagó de la mejor manera que sabe hacerlo una cultura para la que la originalidad no es divisa: trasladó al corazón de Tokio los usos, modos y maneras de Disney.
Una convicción generalizada desde el tiempo de Acción mutante (1992) sostiene que Alex de la Iglesia no sabe terminar sus películas. Al mismo tiempo reconoce que se trata del director español que más energía evidencia en la puesta en escena.
Si no se supiera que su director se llama Antonio Méndez Esparza y que nació en Madrid, nada al ver La vida y nada más haría sospechar que su realizador no es un afroamericano nacido en la América más profunda.
Si a algún santo se encomienda Lynne Ramsay es a Alfred Hitchcock, un director británico como ella y que, como ella, no oculta su querencia manierista bombeada con un corazón de domador del espacio y del relato.
Entre los agradecimientos, al final de los créditos, Francis Lee cita a Mike Leigh. Y al convocarlo se reafirma en la tradición del british cinema y su apego patológico al realismo.