El título original de “Hacia la luz” se resuelve, en la caligrafía japonesa, con un bello kanji, un arabesco que, si se repara en él, puede percibirse como algo azorado; un abrazo tenso e intenso sostenido en un frágil equilibrio que se eleva hacia el cielo. Es un símbolo de seis trazos enhebrados por una coreografía gestual de armonía evidente.

A priori, tras haber digerido en los últimos años las incursiones de Guy Ritchie con un Sherlock Holmes protagonizado por Robert Downey Jr y con Jude Law como el doctor Watson, una anfetamínica adaptación que pone al célebre detective en un estado febril contenido por el opio y la adrenalina, cabía pensar que podría ser esa la dirección que tomaría Branagh.

A esta Liga de la Justicia se le ha roto el encanto. En su deseo de ir cada vez más lejos, en su apuesta circense por superar lo insuperable, se ha quedado sin aliento. Si la anterior entrega terminó con la muerte de Superman, lo que dada la obviedad de su simbolismo, era la muerte de Cristo, la actual entrega no tenía otro remedio que enfrentarse al día de después, o sea el día del apocalipsis.