Para bien o para mal, Ruben Östlund traspasa el límite de la corrección. Su cine, formalmente controlado, perversamente contemporáneo, alcanzó su plenitud con Fuerza mayor, un filme atípico de argumento aparentemente convencional, pero de largo alcance. La historia de una familia de clase acomodada, que disfruta de un fin de semana en una lujosa estación de esquí, servía para desmitificar la figura del padre, un macho alfa con ínfulas de alto ejecutivo y ADN de mediocre paternidad.

A ghost story es lo que su título afirma, una historia de fantasmas. Lo que no dice su título es que ese relato se abisma en lo fantasmático no desde las leyes del género, a golpe de susto y sobresalto, sino desde la angustia, desde la huella borrosa de lo que ayer fue y hoy solo es ausencia. David Lowery (Wisconsin,1980) corre muchos riesgos.

La comedia romántica, aunque se tiña de melodrama y sepa del dolor, gusta pilotar naves ligeras en cuyo interior abundan diálogos rápidos y situaciones cotidianas; puro costumbrismo en el que se refleja de un modo u otro quien lo mira. Más exactamente, ve comportamientos y situaciones que reconocen en ellos mismos o/y en quienes les rodean.