Con más merengue que una “carolina” bilbaína, Marc Webb (500 días juntos, The Amazing-Spiderman) resuelve con extraordinaria pulcritud y eficiencia un filme amable, un cuento de hadas contemporáneo, una obra modélica nacida para triunfar en la sesión televisiva de una tarde dominical.
Reactivada en los últimos años, la cinematografía polaca, en otro tiempo un banco seminal donde surgían cineastas de tristeza honda, alta densidad y rigores (sur)realistas, da síntomas de una renovación importante. Estados Unidos del amor de Tomasz Wasilewski, visto en el festival de Gijón hace cuatro años con Rascacielos flotantes, ofrece una ejemplar síntesis de ese punto de inflexión en el que se debate buena parte del cine polaco contemporáneo.
En el último segundo, como ocurre con otras muchas películas edificadas sobre cimientos “basados en hechos reales”, Aisling Walsh cede a una tentación fatal. Muestra unos relámpagos de la verdadera Maudie, la que inspiró este filme al que Sally Hawkins le confía sus mejores talentos, sin conseguir jamás eludir el lastre de la impostura.



