Con más merengue que una “carolina” bilbaína, Marc Webb (500 días juntos, The Amazing-Spiderman) resuelve con extraordinaria pulcritud y eficiencia un filme amable, un cuento de hadas contemporáneo, una obra modélica nacida para triunfar en la sesión televisiva de una tarde dominical.

Reactivada en los últimos años, la cinematografía polaca, en otro tiempo un banco seminal donde surgían cineastas de tristeza honda, alta densidad y rigores (sur)realistas, da síntomas de una renovación importante. Estados Unidos del amor de Tomasz Wasilewski, visto en el festival de Gijón hace cuatro años con Rascacielos flotantes, ofrece una ejemplar síntesis de ese punto de inflexión en el que se debate buena parte del cine polaco contemporáneo.

Hace casi un año, al escribir la crónica de su (pre)estreno en el Zinemaldi recordaba lo que sigue viniendo a cuento para entender qué es Colossal. Rememoraba entonces alguna cosa que conviene tener presente para poder acercarse mejor a lo que Nacho Vigalondo representa.

En el último segundo, como ocurre con otras muchas películas edificadas sobre cimientos “basados en hechos reales”, Aisling Walsh cede a una tentación fatal. Muestra unos relámpagos de la verdadera Maudie, la que inspiró este filme al que Sally Hawkins le confía sus mejores talentos, sin conseguir jamás eludir el lastre de la impostura.

Nacido con el cine en la cuna, Víctor García León (1976) pronto destacó como un director precoz. Tenía veinte años cuando hizo su primer corto en el que aparecían Juan Luis Galiardo y su propia madre, Eva León. Con 25, estrenó su primer largo, Más pena que gloria (2001).