se lo ha pensado dos veces Paolo Sorrentino para responderse a sí mismo. Hace un par de años, La gran belleza arrasó en medio mundo. Sin tiempo para recoger todos los premios que le llovieron, La juventud sigue aquel camino, solo que por distintos procedimientos. Ahora, el escenario es un spa en el corazón de los Alpes suizos. La Roma de Fellini, el baile sin destino de los últimos bufones de lo que queda de la Italia de Berlusconi, cambia aquí de paisaje y de paisanos.

ászló Nemes fue ayudante de Béla Tarr en El hombre de Londres. Hijo del director húngaro, Jeles András, en su primer largometraje muestra querencia por el cine de los hermanos Dardenne, Haneke y Tarkovski por más que se quiera ver en El hijo de Saúl algunas pinceladas provenientes del Béla Tarr de Satantango y El caballo de Turín. Lo que parece obvio es que Nemes, forjado en París, se sabe impregnado de todo un contexto cinematográfico identificado como el cine de la posmodernidad.

Concebida con los rasgos identitarios del nuevo cine norteamericano, el que ha sido inseminado por los hijos del facebook y la wikipedia, en La gran apuesta (como en muchas de las comedias y melodramas yanquis de los últimos años), se habla mucho y se entiende poco. Hay un verbo anfetamínico que presume agilidad e ingenio pero cuyo contenido, muchas veces, resulta abrumador e indescifrable; al menos en una primera visión.

La octava película de Tarantino hace alusión en su título al número ocho, el que rima con noche y asume el signo del infinito. Teniendo en cuenta que el número de aborrecibles personajes que aparece en su película no es exactamente ese, no cabe duda de que Quentin se alude a sí mismo. Esa es la cuestión, a estas alturas, a Tarantino le pasa como a todos aquellos creadores que han sabido mostrar e imponer un perfil propio. Tarantino ya no compite contra nadie, ya no debe demostrar nada. La vara de medir que se le aplica ha sido trenzada por su propio trabajo. Él es su enemigo.

Desde el primer fotograma, La chica danesa muestra las cartas bocarriba. Tras dos títulos tan deslumbrantes y exitosos como fueron El discurso del Rey (2010) y Los miserables (2012), Tom Hooper se ha atrevido con una singular historia; uno de esos episodios extremos que podría enfangarse entre el sensacionalismo y la impostura. El guión ha sido escrito a partir de la novela de David Ebershoff quien a su vez se sirvió de los diarios íntimos de Lili Elba (Einar Wegener) que es recordada por ser una de las primeras personas con cierta proyección pública que se sometió a una operación de cambio de sexo.

El mundo del hampa británico siempre ha sido más hojalatero, siempre ha tenido más óxido y menos glamour que el que rezuman las estampas de la mafia, hechas en y desde Hollywood. Cuestión de contexto y cuestión de texto. Sea como sea, el del caso británico ofrece unos rasgos arquetípicos claros y hacia allí se dirige este Legend que ahonda en el mismo referente que otro filme inglés, Los Krays (1992), dirigido por Peter Medak, un director que sobre todo se ha ceñido al mundo televisivo.