La madre de todos los terrores
Título Original: THE CABIN IN THE WOODS Dirección: Drew Goddard  Guión: Joss Whedon y Drew Goddard  Intérpretes: Chris Hemsworth, Kristen Connolly, Richard Jenkins, Bradley Whitford, Jesse Williams, Fran Kranz  y  Anna Hutchison Nacionalidad: EE.UU. 2012     Duración:  95 minutos ESTRENO: Noviembre 2013
 
La cuestión, la gran pregunta que abrasa la naturaleza manierista de La cabaña en el bosque, la formula un personaje interpretado por un icono de la sci-fi, la teniente Ripley (Sigourney Weaver). Solo hay dos salidas: morir por la Tierra o morir con la Tierra. La respuesta al enigma la encontrará el público en los últimos compases del filme y con ella, quedará claro el grado de altruismo que caracteriza a la raza humana en el tiempo de la contemporaneidad. Pero para llegar hasta ella, La cabaña en el bosque se da un atracón de guiños y de sobreentendidos, de espejos, reflejos, homenajes y copias a todo el cine de terror y fantasía que ha marcado su particular historia. En concreto, la de los últimos treinta años.
Así que, en su arranque, hasta los más despistados, podrían citar varias películas que recogen un planteamiento análogo. Cinco estudiantes norteamericanos: la rubia tonta, el atleta sin cerebro, el listillo que no se come nada, la morena virginal y el freakie fumado, van a un bosque sin cobertura ni motivo a pasar un fin de semana en una cabaña. Desde La matanza de Texas de Tobe Hooper a Posesión infernal de Sam Raimi, los referentes y precedentes llenarían esta página por completo.
La novedad, el doble salto mortal que da originalidad a esta propuesta hay que buscarlo en el Peter Weir, otro cineasta afín al género, de El show de Truman. Porque lo que vemos, y veremos, solo es real hasta cierto punto y ese punto está siendo vigilado desde un poder gubernamental al servicio de un orden telúrico que abraza el origen con el final, el génesis con el apocalipsis. Los autores, Drew Goddard y Joss Whedon saben lo que se traen entre manos y, de hecho, han alumbrado un divertido argumento que hace del metalenguaje un juego y del homenaje un pretexto para tratar de ir un poco más lejos. Lo consiguen, especialmente en sus últimos metros pero en el camino olvidan algo que los nombres citados: Hooper, Raimi, Weir y tantos otros que les sirven de referencia, no se permitieron: desfallecer. Y es que cuando toca sobresalto, suspense y tensión, la dirección y los intérpretes se mueven con timidez, sin convicción, apenas llegan al aprobado. Lo que es una lástima porque la semilla original encierra un ingenioso artificio.
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