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Empacho de postmodernidad
Título Original: FASTER Dirección: George Tillman Jr. Guion: Joe Gayton y Tony Gayton Intérpretes: Dwayne Johnson, Billy Bob Thornton, Maggie Grace, Carla Gugino, Oliver Jackson-Cohen, Moon Bloodgood y Tom Berenger Nacionalidad: USA. 2010 Duración: 98 minutos ESTRENO: Febrero 2011
Sed de venganza no es hija de su tiempo, sino esclava. Víctima y detritus de un estilo cinematográfico que tiene en Quentin Tarantino su máximo representante, en Robert Rodriguez a su mejor acólito y en Guy Ritchie, al mejor embajador europeo; George Tilman Jr., un discreto director, se atraganta con un guión que, en manos más capaces, podía haber dado lugar a un subproducto más apañado. En síntesis su acción se articula a través de tres personajes: conductor, policía y asesino. Tres modelos de referencia que viven en una encrucijada obligados a enfrentarse en un argumento excesivo, descontrolado, mal cosido y peor digerido. Escrito por los Gayton, Tony y Joe, en Sed de venganza resultan tan reconocibles los modelos de referencia y son tan mal imitados que ni siquiera la coartada del homenaje, del guiño posmoderno o de la referencia (in)culta consigue quitar óxido a este hierro de desguace. Sed de venganza no podría existir de no haberse filmado Kill Bill.
Como en el célebre díptico protagonizado por Uma Thurman bajo el paraguas del cine japonés bizarro y el exploited yanqui de barrio, el protagonista de este filme, el llamado conductor, inicia una cacería para saldar cuentas, una masacre que se resuelve con tiros en la frente y carreras contra el cronómetro.
Conforme avanza esa progresión de víctimas culpables, su verdugo resulta más humano a la vez que su venganza adquiere un tono de justicia poética en un mundo en el que el policía protagonista no es sino la versión pérfida y desvitalizada de El teniente corrupto de Abel Ferrara. El tercer personaje, el llamado asesino, resulta tan gratuito e innecesario, que lo mejor es obviarlo. En ese crescendo sanguinario, Tillman cierra el círculo iniciado por la labor de rescate de Tarantino.
O sea, resuelve con calidad de serie Z, lo que con pretensiones de gran espectáculo remodelaba el regusto de la vieja y ya inexistente serie B. Ese retorno al cine garbancero que libre, por barato, de imposiciones ejecutivas, sublimaba su pobreza a través de la originalidad del delirio, aquí nunca alcanza un punto de ignición. Delirar implica zambullirse en los sueños, explorar en el interior. Ardua misión para quien copia lo ajeno sin (querer) saber nada de lo propio.