Cuento terrible sobre el precio de la venganza
Cuando en los minutos finales de Valor de Ley, se escucha el cántico religioso de origen protestante que presidía La noche del cazador, se desata una elipsis extraña que corre el riesgo de ser tomada como una incoherencia. Y es que en el desenlace de la que sin duda es una de las mejores películas de los Coen, hay algunas zonas inexplicadas, algunos (re)pliegues que podrían ser tomados como caprichos o deslices cuando obedecen justamente a lo contrario, a una voluntad significadora que abre nuevas perspectivas al contenido de un relato que se siente angular. En ese desenlace de tirabuzones cronológicos, los Coen concluyen su historia con dos evocaciones que se funden y confunden. La primera corresponde a la muerte del personaje que interpreta Jeff Bridges; la segunda a la ausencia teñida de incertidumbre del personaje de Matt Damon. Es el recuerdo final, el epitafio a los dos compañeros implacables que acompañaron a un niña huérfana en la caza del asesino de su padre. Es una evocación emocionada realizada por esa niña convertida en su madurez en una mujer sola aferrada a esas ausencias masculinas. ¿Cubre eso el precio de la venganza?
La médula espinal de Valor de ley sabe del fascinante poder sugeridor de la Biblia. Con una cita de los Proverbios, “Huye el impío sin que nadie le persiga”, se inaugura lo que debe entenderse como un remake , como un hacer de nuevo en el sentido más noble del término, el filme con el que John Wayne ganó su único Óscar. En ese (re)construir, los Coen acuden al origen, a la novela de Charles Portis, para bucear en sus entrañas y recalar en los fundamentos del cine clásico. De ahí que acudan a las palabras del padre del western, John Ford. Y de ahí que en Valor de ley la sombra de El hombre que mató a Liberty Valance sea tan notoria. Como se sabe, Ford inscribió en la historia del asesino de Valance, su célebre reflexión sobre la historia y la leyenda. Por eso mismo, en Valor de ley, los Coen vuelven a las fuentes primigenias donde se forjan los mitos, a la fábula. Ese es el tono bajo el que se representa la historia de Portis, la odisea de una huérfana en pos de un asesino con la única finalidad de acabar con su vida como un acto de justicia.