Los peligros de la soledad

Título Original: CROSSING OVER Dirección y guion: Wayne Kramer Intérpretes: Harrison Ford, Ray Liotta, Ashley Judd, Jim Sturgess, Cliff Curtis, Alice Braga y Alice Eve Nacionalidad: EE.UU. 2009 Duración: 113 minutos ESTRENO: Febrero 2011

Valdría con mirar detenidamente cualquier primer plano del Harrison Ford de Territorio prohibido para comprender dos cosas. La primera que a Indiana Jones los años le han esculpido en el rostro un rictus de tristeza, una veladura de melancolía doliente que el actor no acaba de asumir. Y la segunda, que quizá por eso mismo, porque el tiempo del galán ya ha pasado, Ford acepta papeles tan insustanciales como el que aquí representa. De ahí su perpleja mirada que grita a los cuatro vientos: ¿que estoy haciendo en esta película? La respuesta es: poca cosa, pero no por su culpa. La responsabilidad recae en la lamentable costumbre de imitar películas de éxito como si la mera repetición de las formas narrativas conllevasen de manera inmediata la repetición del negocio.
Aquí, en Territorio prohibido, el modelo de partida se llama Crash; el filme con el que el Paul Haggis, guionista de Million Dollar Baby, se convirtió en un cineasta controvertido. Haggis, cuya posterior trayectoria ha abundado en los riesgos de su libro de estilo, practica una suerte de cine con querencias pedagógicas y actitud solemne salvada o mitigada, eso depende de la mayor o menor benevolencia con la que se le juzgue, por su talento para olfatear temas atractivos y por su capacidad para generar un cierto e intenso suspense narrativo.
Wayne Kramer, un director que aplica con actitud de copista sin alma el hacer de Haggis, usa y abusa de esa voluntad moralista. En síntesis, ese Territorio prohibido al que alude su título en su traducción española, se llama EE.UU., el paraíso al que ciudadanos de todo el mundo se acercan con la intención de reiniciar allí su vida. Con actitud paternal y baja literatura cinematográfica, Kramer entrecruza una serie de personajes de diferente origen geográfico unidos por su situación de ciudadanos ilegales en Norteamérica. Como en un viejo juego de cartas infantiles, Kramer desarrolla su filme con una panoplia de tipos étnicos: musulmanes, coreanos, neozelandeses,… cada uno con su problema y todos unidos por la bandera de las barras y estrellas. Sufriendo con y por ellos, Ford repite su personaje en Blade Runner. Aquí no busca replicantes a los que destruir sino emigrantes a los que hay echar fuera.
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