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Delirio de los celos Título Original: CHLOE Dirección: Atom Egoyan Guión: Erin Cressida Wilson; basado en la película Nathalie X de Anne Fontaine Intérpretes: Liam Neeson, Julianne Moore, Amanda Seyfried, Max Thieriot, R.H. Thomson y Nina Dobrey Nacionalidad: EE.UU. Francia. 2009 Duración: 92 minutos ESTRENO: Diciembre 2010
Casi en el mismo arranque, Egoyan detiene su cámara en una secuencia en apariencia irrelevante. En ella vemos a una de sus protagonistas, Julianne Moore –espléndida como el resto del reparto- en pleno desempeño de su profesión. Es ginecóloga y atiende a una paciente. Mientras la analiza, ésta, una bailarina de danza clásica cercana a los 30 años, le hace una confesión. Pese a su madurez, afirma que nunca ha tenido un orgasmo. La respuesta de la profesional es contundente: un orgasmo no es sino el resultado de la contracción de una serie de músculos provocado por la excitación del clítoris. “No hay nada mágico en ello”, añade la doctora.
Ese “nada mágico en ello” es la cuestión que atormenta a la esposa que sospecha, no por lo que ve sino por lo que presiente. Sospecha que su marido le es infiel. Algunas ausencias, cierta frialdad y… el complejo de Otelo emerge delirante y desesperado. Sólo desde la ceguera que provocan ambos consejeros es posible dar el paso que la racional ginecóloga se dispone a dar: contratar a una prostituta para probar al marido.
La caja de Pandora se abre y sale lo no deseado. Egoyan, que aquí hace un remake de un discreto filme de coproducción hispano-francesa inventa un mix entre su propio universo, siempre presidido por el desarraigo, por la ausencia y por el enigma, y esos estilemas perezosos del thriller familiar al estilo de Atracción fatal. El resultado se antoja agridulce, incómodo, decepcionante, no porque carezca de momentos brillantes, de secuencias perturbadoras o de personajes complejos sino porque teniendo todo ello, el filme deriva hacia una traca granguiñolesca de ruido y humo. Indiscutiblemente Egoyan posee un estilo brillante, demoledor, desasosegante y perverso. Utiliza la banda sonora como sólo los muy grandes saben hacer y penetra en los resquicios de la culpa y el dolor como casi nadie. Aquí le ayudan y mucho sus intérpretes y con ellos y por ellos, durante una hora larga, Chloe atrapa e interesa, inquieta y aturde. Luego, un pinchazo, una marcha atrás, un mal gesto que nos recuerda lo difícil que resulta ser cineasta en estos tiempos de comercio tan blando.