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El último velo del horror
Título Original: POETRY/SHI Dirección y guión: Lee Chang-dong Fotografía: Kim Hyun-seok Intérpretes: Yun Jung-hee, David Lee, Kim Hira, Anh Nea-sang y Park Myeong-sin Nacionalidad: Corea del Sur. 2010 Duración: 139 minutos ESTRENO: Noviembre 2010
En Corea la vida fluye convulsa a través de las dos orillas de una herida sin cicatrizar. Tal vez por eso, la imagen de un río surca con frecuencia el paisaje de sus relatos. Una guerra civil y un temor que no nunca cesa conmociona a sus pobladores y desgarra su identidad. Los habitantes del Norte desfilan al paso, pasan hambre, alimentan un arsenal de armas nucleares capaz de desafiar a los EE.UU. y han inventado una suerte de monarquía marxista-leninista con los efluvios más delirantes del Mao cultural. Los del Sur llevan casi dos décadas de progreso y democracia, han dejado atrás una serie de dictaduras tuteladas por el amigo americano y ahora viven el éxtasis de la movida cultivando un cine descarnado, extremo y singular. En estos años de pasión y arrebato han surgido cineastas empeñados en hablar de la sangre y el odio. A diferencia de los narradores japoneses, cuyo sentido de la representación impone una distancia ritual, los coreanos se rozan, se implican y se (con)mueven sin pudor ni cortapisas. Su cine avanza a tumba abierta. Entre esa constelación de cineastas de la venganza llena de gigantes fajadores como Kim Ki-duk, Park Chan-wook, Bong Joon-ho y Kim Jee-woon, Lee Chang-dong ocupa un lugar especial. Diferente a ellos por la naturaleza y el tono de sus historias, confluye y coincide con ellos en ese querencia por lo melodramático y lo sentimental, tan coreana.
Al principio hemos hablado de la importancia del río en el imaginario coreano. De todos ellos, ninguno hay tan mítico como el Han, río nacido en las montañas de Geumgang en Corea del Norte y que atraviesa Seúl para unirse con el Imjin poco antes de desembocar en el mar Amarillo. Ese río, metáfora del tiempo, emblema de Corea y símbolo del presente, preside el filme de Chang-dong. En ese río el cineasta coloca el cadáver de una joven estudiante. Estamos ante una muerte que no pertenece al género criminal que practican con tanto ardor otros autores coreanos y que aparece para interrogar/nos por la culpa y la irresponsabilidad. Chang-dong no busca penetrar en los laberintos de la psicopatía para conjurar los quebrantos que zarandean el cine negro coreano, sino que prefiere mostrar las mezquindades cotidianas, la mediocridad circundante y el egoísmo rampante de una civilización agónica que se desmorona sin otro horizonte que el de poseer más. Estamos ante algo muy universal. Chang-dong, que en Oasis diseccionaba la hipocresía de los bienpensantes, se reitera en su feroz diagnóstico crítico con un aplomo escalofriante. Se sirve de una mujer veterana para el papel de una abuela joven a la que los primeros síntomas del Alzheimer empiezan a corroer su memoria. Ella es la protagonista absoluta de un filme que abunda en recovecos y digresiones; en tiempos ensimismados, pero siempre rebosantes de intención.
Alargada para el gusto occidental; sobria y ajustada para lo que reclama el texto fílmico y lo que el director pretende, Poesía recoge de Rilke su imperecedero concepto del Arte. Esa Poesía que su protagonista recita se comporta como el último velo que cubre el horror. Un horror que Chang-dong retrata sin estridencias y que representa la insensibilidad de un entorno social anestesiado por el consumo. Su protagonista teme perder los recuerdos, sus convecinos renuncian a conservarlos. El conflicto entre lo nuevo y lo viejo se resume aquí en una toma de responsabilidad muy cercana a la que asumen los personajes de Clint Eastwood. El de asumir esa decisión sacrificial y redentora aunque cueste la vida, aunque desgarre el alma. Con ella surge esa Belleza que eclipsa la insoportable car(g)a del horror y la maldad.