Entre la vida y la muerte Título Original: UNCLE BONMEE WHO CAN RECALL HIS PAST LIVES Dirección y guión: Apichatpong Weerasethakul Intérpretes: Thanapat Saisaymar, Jenjira Pongpas, Sakda Kaewbuadee y Natthakarn Aphaiwonk Nacionalidad: Tailandia, Reino Unido, Francia, Alemania y España. 2010 Duración: 113 minutos ESTRENO: Diciembre 2010

Lo que Uncle Boonmee recuerda no es lo importante, lo que aquí está en juego es lo que recordará el espectador occidental que se enfrente al filme de Apichatpong Weerasethakul sin haberse informado adecuadamente sobre lo que le aguarda en este filme bendecido por Cannes. Desde luego, para recordar es preciso sentir y/o comprender y , en esta misteriosa incursión al mundo de los fantasmas a la tailandesa, el grado de comprensión se ve amenazado por la sensación de extrañamiento que imponen algunos códigos, hechos históricos y referencias culturales que por fuerza se nos escapan sin que seamos conscientes de ello.
Pero no es en el nivel de lo consciente donde Apichatpong trata de hacer audible su discurso, sino en ese territorio de nadie donde recuerdos, conciencia, sueños y fantasías conviven sin quebranto ni conflicto. La cuestión es que el tío Boonmee se está muriendo. La vida se le escapa y, en esa recta final, una serie de presencias reales, imaginarias y fantasmáticas le acompañan. Es una despedida emocionante, un regreso al origen, a esa cueva útero, esa cavidad metafísica en la que Oteiza añoraba la infancia perdida y en la que Apichatpong musita la creencia budista del bucle eterno.
El filme, abordado con la caligrafía y la literatura habitual en Apichatpong, digresiones, tiempos ensimismados, rupturas narrativas, irrupciones de lo fantástico,… se percibe como un poliedro de relatos y estilos. Lo fabuloso se confunde con un realismo agónico, lo enigmático se abrocha a lo cotidiano y así, como una percepción vivida en una especie de duermevela -algunos espectadores solamente recordarán haberse dormido-, crece un filme tan fascinante en algunos pasajes como árido y aparentemente caprichoso en otros.
El cielo está sobrevalorado” se dice en un pasaje del filme; luego se nos explica que la razón de ser de los fantasmas reside en los vivos. Vivos congelados como los tres personajes del plano final del filme, absortos/abducidos ante un televisor. Vivir, morir, el cine de Apichatpong ha decidido caminar por ese filo abisal que inquieta, sobrecoge, repele y hasta aburre. Sólo si después no se hace el esfuerzo de repensar lo que sin pensar se ha vivido.
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