Regresión, de Amenábar, marca una ruidosa señal de partida

regresionEl estruendo que no cesa

La naturaleza de la última película de Alejandro Amenábar, esa que el Festival Internacional de Cine de San Sebastián ha escogido para abrir su edición más ambiciosa, va implícita en su título. Antes de verla incluso, el público ya ha sido avisado de que en Regression / Regresión, coproducción internacional con reparto high level , el director retorna a sus orígenes. Unos comienzos ligados a la facultad de Ciencias de Comunicación de la Universidad Complutense de Madrid donde el todavía casi escolar Amenábar ideaba una trama de snuff movies y psicópatas con birrete académico. Eran los primeros tiempos en los que Hitchcock, para él, era Dios y el cine español necesitaba un recambio urgente. Luego, el éxito y la fama, hicieron que Amenábar reclamase su voz propia sin encomendarse ni reconocer ya ninguna referencia.
Pero vayamos al filme que ahora nos ocupa. Regresión retoma aquel cine hecho de género y suspense, de terror y sangre, de tramas malignas y personajes zarandeados como los que habitaban Tesis, su primer largometraje. Pero evidentemente desde entonces han cambiado muchas cosas. La fundamental, que para el espectador avisado, el que ha seguido con más o menos complicidad y fervor su trayectoria, en el universo de Amenábar se reconoce una estructura que reaparece en todas y cada una de sus películas. Así acontece en Regresión pese a que su historia se apoya en hechos reales, en esos acontecimientos a los que acude con frecuencia el cine y la televisión norteamericanos, True Detective sería su última gran aventura, donde los excesos de la fe y el alcohol pudren el alma de la profunda América.
En Regresión, como en todo el cine de Amenábar, una sustancia de tristeza y soledad circula por sus arterias. En el diario fílmico de Amenábar el amor nunca se consuma y aquí acontece lo mismo en un entramado de familias desgarradas, policías separados y, gentes de desaliento que viven desoladas. También el tema de la religión retorna, a Amenábar las cosas de confesionarios y culpas le atraen sin duda y ante ellas se posiciona. En este caso su particular duelo entre la razón y la sinrazón, la fe y la verdad salpica tanto al creyente fervoroso como al frío psicoanalista. Tesis y antítesis de su búsqueda de sensatez y tolerancia.
Siempre beligerante con los abusos del poder religioso, siempre alarmado por los delirios de las visiones milagrosas, Amenábar carga todas sus baterías y dedica todo su esfuerzo en dar la vuelta al cine de sectas satánicas y presencias demoníacas. Como el Kubrick de Eyes Wide Shut o el Polanski de La novena puerta, Amenábar levanta su testimonio en torno a esa zona oscura que Tourneur elevó a referencia magistral con La noche del demonio.
Aquí hay noche, presencias demoníacas, lluvia, barro y pesadillas. Amenábar, que muestra la intención de dinamitar ese cine blando que usa el género para generar basura, olvida romper con las formas. Si su relato aparece como sugerente y su tesis alumbradora, si su puesta en escena regala la inteligencia y la vista con composiciones plenas de fuerza y sugerencia, el atronador ruido que todo lo inunda en nombre del sobresalto y la tensión impide atender lo que merecía la pena.
Jean Marie Straub ha dedicado su vida plena de cineasta a alertar sobre las miserias y vergüenzas del abuso del ruido y la música; ese procedimiento bastardo para transmitir sensaciones cuando la razón flaquea. Amenábar seguro que conoce a Straub, pero aquí lo olvida. Como olvida alentar la esencia de sus criaturas, bien interpretadas, pero anémicas en su dramaturgia y desnutridas en su psicología.
Lástima porque lo que Amenábar cuenta en Regresión merecía más arte, más compromiso con el verdadero fondo de su denuncia y menos concesión al artificio siempre estéril de esa sopa banal coci(na)da a golpe de furia sonora.

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