Vivimos tiempos de miedo, tiempos de conservadurismo a ultranza. Tanto que han convertido lo malo conocido en lo bueno imprescindible. Un cine de alto consumo y escasas calorías amenaza con devorarlo todo. Es la hora de la franquicia que nos asegura la perseverancia del contenido a costa de no sorprender. Como niños titubeantes, la mayor parte del público escoge lo que conoce, lo que ya escogió.