Si atendemos a su ideología y a su actitud profesional, se puede establecer una línea de férrea afinidad entre el neoyorquino Mel Gibson y el californiano Clint Eastwood. Ambos son actores y directores. Ambos declaran ser extremada y apasionadamente conservadores. Y ambos, de vez en cuando, hacen declaraciones altisonantes y defienden planteamientos políticos tan discutibles como incómodos.

Desde el primer segundo, La espera no deja lugar a la duda. Con ella Piero Messina debuta como director con instinto de narrador de pura sangre, con la insolencia de quien se sabe nacido para deslumbrar. Para ello conduce su filme por los meandros del formalismo y la geometría. No oculta que su cine busca bañarse en la excelencia.

La figura de Ramón Mercader, el asesino de León Trotski, despierta tanta curiosidad como desconcierto. Es la suya, una historia que transciende el hecho del asesinato y va mucho más allá de la talla de sus protagonistas. Estamos ante un hecho que emerge como el símbolo de toda una época. Se podría decir que su realidad se impone como un negro acertijo en cuyas entrañas se inscribe la naturaleza de lo que fue la parte nuclear del siglo XX.