La presencia andrógina de Tilda Swinton y el hieratismo interpretativo de Tom Hiddleston conducen con fascinante solemnidad esta visión distópica del jardín de las delicias. En él, llamar a sus personajes Adán y Eva no es tanto una concesión a lo obvio como un subrayado a la condición humana y a su anhelo de permanencia eterna.

En una breve secuencia, cuando la película ya ha mostrado su verdadera razón de ser, un Dickens adúltero discute con su joven amante, a la que le pasa 30 años, en las escaleras del exterior de la vivienda de ésta. Ella ya sabe que su destino será la invisibilidad al servicio del inmenso talento del autor de Historia de dos ciudades.

Cuando Bryan Singer cogió las riendas de la adaptación cinematográfica de X-men, lo hizo con una declaración de principios: en su acervo cultural, la Marvel era una palabra sagrada y en su relación con los héroes de papel, no habría condescendencia. O sea, Singer hacía como había hecho Sam Raimi, como hizo Tim Burton y como haría Christopher Nolan.