Un parpadeo repetido suele ser la clave para detectar una mentira. O una señal de socorro de quien no puede hablar, bajo la (o)presión de una amenaza cercana. Ambas cuestiones, el miedo y la impostura, rondan una de las peores lacras del siglo XXI consecuencia del origen de nuestras sociedades, los abusos y maltratos machistas.
Shyamalan, ya se ha señalado en otras ocasiones, comparte con David Lynch una referencia común, la ciudad de Filadelfia, ese corazón de la América profunda donde la legendaria «Liberty Bell», la campana rota, ofrece al turista su herida abierta como si con ella se pudiera contener la pesadilla que cada día hunde más a un país víctima de su mentira.
Ambientada en los años 20, en la ciudad costera de Littlehampton (Inglaterra), y con destellos de aquel cine coral europeo que se practicó cuando la pesadilla del holocausto nazi se diluía en el fondo del pantano de la Historia, «Pequeñas cartas indiscretas» amaga con asomarse al paisaje retratado por las «comedias Ealing».
Aunque solo sea por los buenos tiempos que Neil Jordan nos ha regalado, podemos incluir en ellos desde “Mona Lisa” a “Entrevista con el vampiro”, de “Michael Collins” a “Juego de lágrimas”, sería una imperdonable descortesía no prestar atención a sus nuevos trabajos. Cierto es que Jordan, que acaba de cumplir los 73, hizo lo mejor de su cine en el siglo XX, cuando su Irlanda natal se desangraba en una lucha fratricida.







