En algún lugar imposible, agarrado al recuerdo de “Diez negritos” y seducido por el eléctrico juego de manos de “Sospechosos habituales”, ideó el realizador francés, Régis Roinsard, un filme que teniéndolo todo para divertir hace todo lo posible por aburrir.

Condenado a transitar por los arrabales de la exhibición audiovisual, el cine de Charles Stuart Kaufman (Nueva York; 1958) se considera tóxico para las salas de cine. Poco a poco, los relatos que fluyen de su inclasificable cabeza, se ven postergados. Paulatinamente aparecen cada vez más de manera esquinada, furtivamente, por dónde menos se espera.

Del “Expediente Warren” a “Insidious”, el cine del presente parece sensible a rescatar la tradición de las casas encantadas. La lista es larga y la calidad no es escasa. Incluso el cine español, históricamente tan refractario a lo fantástico, ha dado a lo largo del siglo XXI síntomas de una vitalidad inédita.

Voluntariamente o no, la denominada “Trilogía del Baztán” de Dolores Redondo ha asumido representar aquí un papel análogo al que la serie “Millennium” de Stieg Larsson significó para la narrativa sueca. De hecho, la sombra de la obra de Larsson ha sobrevolado de manera permanente las desventuras de Amaia Salazar.

Tras la pesadilla del “Txantxigorri´s killer” (ver crítica de “El guardián invisible” en www.ghostintheblog.com), y forjada por los mismos creadores, llega este “Mater horribilis” que se encomienda a Tartalo, ante cuya enunciación, uno de los policías, en un exceso de sinceridad autoral, exclama; “Primero Basajaun, ahora Tartalo, el siguiente será el Olentzero”.

Hace ya casi veinte años, Rian Johnson se abrió paso en el circuito indie como una gran promesa gracias a un filme algo contrahecho y evidentemente resabiado titulado “Brick”. Aquel «ladrillo» nacía del injerto estrafalario entre el universo negro y desesperanzado de Dashiell Hammett con el desenfado juvenil del Richard Doner de “Los Goonies”.