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Con frecuencia Hirozaku Kore-eda construye sus películas con la mirada puesta en sus ancestros cinematográficos. Podría dar lugar a un revelador estudio desenterrar de su filmografía las reliquias provenientes de autores como Ozu, Naruse y Mizoguchi, entre otros, con los que su cine se hizo grande. Por más que Kore-eda les de la vuelta.

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Sobre una barca, sondeando el río, en busca de la imagen robada de San Juan Bautista que talló su aitite para presidir el altar mayor de la iglesia de su pueblo, Aitor, un niño de ocho años que se siente niña, recibe una lección sobre lo comprobable y lo intuido. Le dicen que lo que los ojos ven pertenece a lo obvio. En consecuencia, lo que los sentimientos reclaman, habita en otro nivel de percepción.

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s posible que la jovencísima Catherine Clinch (Ranelagh, Irlanda, 2010) sea en el futuro una dama de la interpretación. Hoy y aquí nos regala una presencia magnética, al estilo de la Ana Torrent de “El espíritu de la colmena” y “Cría cuervos”. Dicho de otra manera, sin ella, “The quiet girl” resultaría muy difícil de imaginar.

No es casualidad que al hablar de esta película de dibujos animados, se traiga a colación dos obras anteriores de su realizador: “Escuela de rock” y “Boyhood”. Si algo determina lo que “Apolo 10 y medio” contiene, es una mirada a la propia infancia del guionista y realizador y una recreación trepidante de la banda sonora que llenó los silencios de aquel tiempo en el que se maceraron las señas de identidad que conforman su personalidad como cineasta.

En una edición en la que se presentaban películas como “Un héroe”, de Farhadi; “La peor persona del mundo”, de Joachim Trier, “El contador de cartas”, de Schrader; y “El acontecimiento”, de Audrey Diwan; el jurado de la Seminci decidió que ésta era la mejor película dejando estupefacta a buena parte de quienes estábamos allí.

En «Welcome to the Dollhouse» (1995), Todd Solondz ilustraba con ferocidad el aspecto menos amable del mundo infantil. Frente a la visión idílica que convoca y describe ese tiempo de despertares y domesticación como una especie de paraíso perdido, Solondz levantaba un relato cercano al horror.