El concepto, la idea germinal que da vida a “Tres”, nace del miedo del editor de sonido a la desincronización. Cuando el cine era de celuloide, a 24 fotogramas por segundo, se imponía una férrea tiranía.  El sonido estaba anclado a la imagen.

Shawn Levy (Montreal, 1968) alcanzó cierto reconocimiento popular gracias al éxito de “Una noche en el museo” (2006). Con ese fundamento se montó una trilogía. De hecho, desde la última entrega, 2014, Shaw Levy no había vuelto a dirigir largometrajes.

Si el primer asalto de “Escuadrón suicida” daba pena; esta entrega, deja sin palabras. Si en su obra precedente, bajo la batuta de David Ayer y con el viejo esquema de “Doce en el patíbulo” y la sobredosis de humor rancio y talento breve solo latía algún alivio en la presentación de los personajes y en las zonas de transición; en esta nueva aparición, todo se abisma.

El punto de partida de “Tiempo” podría haberse escrito en una noche de tormenta, como consecuencia de un abrazo dialéctico entre Jorge Luis Borges y Ray Bradbury. No fue así; su gestación descansa en el encuentro de dos autores que responden al nombre de Fréderick Peeters y Pierre Oscar Lévy.

No he hecho las cuentas pero parece cabal afirmar que, probablemente, Jaume Collet-Serra sea el director español cuyas películas han visto más gente en el mundo. Tan solo Juan Antonio Bayona le puede disputar el trono. De hecho, entre los dos cuentan más espectadores que todo el resto del cine español contemporáneo.

Hace veinte años se estrenó “Millennium Actress”; hace diez, murió su creador. La película es una pieza de orfebrería, una de las más románticas y bellas historias jamás concebida. El cineasta, Satoshi Kon, mangaka, guionista y fascinante fabulador, merece un lugar entre los más grandes; al lado de Ingman Bergman y próximo a Dario Argento, junto a Chris Marker y a la altura de John Ford.

En medio de una vergonzosa retirada de los grandes estrenos del cine mainstream, en concreto los que vienen desde Hollywood, le ha tocado a una mujer cargar sobre sus espaldas un objetivo imposible, recuperar las taquillas que, desde que apareció el coronavirus, han desaparecido quizá para siempre.