Si buceamos en el pasado de Ilya Naishuller, un profesional ruso que ahora trabaja para EE.UU., descubriremos muchos videos musicales y un largo de acción cibernético. Nada más, ni nada menos. Si abrimos en canal lo que “Nadie” es, encontraremos una mezcla emponzoñada entre la iconografía malsana de David Lynch y un dulce olor a podredumbre de David Cronenberg.

En los 70 y en los 80 las máquinas recreativas, los reclamos de las salas de juego, se servían del imaginario de los grandes éxitos de Hollywood. Indiana Jones, Star Wars, Tiburón… y decenas de títulos ilustraban los mismos “clippers” con idéntico resultado: eran mero pretexto, en nada alteraban la esencia del juego.

Mikael Håfström pertenece a un amplio elenco de profesionales europeos que en los años 80 y 90 fueron reclutados por Hollywood. El cine de productor necesitaba nuevos directores que aportasen inventiva pero que tuvieran la docilidad necesaria para seguir la regla del juego; esa de la que hablaba Jean Renoir.

Si a “Tenet” se le borra del guión todo aquello que gira en torno a la paradoja del “abuelo”, tendríamos un cruce perfecto entre la nueva entrega de “Misión imposible” y la última versión renovada de 007. De hecho, la estructura de su producción se debe a ese modelo circense.

En “La caza”, la película, habita la frustración. Frustración entendida como una sensación de incomodidad subterránea que ratifica la importancia de un filme de evidente interés y de ambigua solidez moral. Como relato engancha y engaña; divierte y lía. No es fácil salirse de su laberinto sin sentir que en el próximo recoveco habrá otra sorpresa, algo inesperado, otro quiebro de guión que iluminará una nueva cara oculta.

Entre “First Love” y la primera entrega de “Dead or Alive” han pasado veinte años. En referencias de alta productividad, al estilo de Clint Eastwood o Woody Allen, hablaríamos, asombrados, de que en esas dos décadas, cada uno de ellos ha producido casi una quincena de películas. En ese tiempo Takashi Miike ha filmado casi medio centenar de largometrajes, varias series de televisión y un sin fin de proyectos de todo tipo.

Esta vieja guardia de guerreros ¿inmortales? sabe de la maldición de los vampiros. Como ellos, ven cómo la muerte, siglo tras siglo, devora a la humanidad y un sentimiento trágico de soledad inevitable les provoca un amargo quebranto existencial. Esa es la naturaleza de estos mercenarios que, en su primera secuencia, escenifican un regalo muy especial entre dos de ellos.

Con aspecto de buen chico y con poco más de 50 años -nació en un pequeño pueblo del sur de Inglaterra el 10 de septiembre de 1968-​, Guy Ritchie ha perfeccionado un estilo de cine “british” con tanta denominación de origen como la vieja fórmula de la comedia Ealing o las pelis del agente 007. El que se diera a conocer por un matrimonio tumultuoso con Madonna, aparece ahora como las cabeza visible de una manera de hacer cine popular a la que parece sonreírle más el éxito y el público que la crítica.

La prisa, el desorden, el sinsentido y el exceso arrastran como una cuadriga conducida por jinetes apocalípticos esta vuelta de tuerca al mundo de los superhéroes titulada “Aves de presa”. La jugada no oculta su estrategia. Cambia el heroísmo por la gamberrada, el mundo de testosterona y drama, por un universo de carmín corrido, glamour de arrabal y jubileo femenino. Ellas son “malotas” y su violencia ha sido alimentada por una sed de venganza.

En un momento de su carrera, Liam Neeson, un actor que lleva en el rostro el estigma del hombre corriente y el dolor del eterno perdedor, dejó atrás sus personajes vulnerables y poliédricos, para rencarnarse en piedra de villano cruel o en mármol de justiciero indestructible. Su rol en “Cold Pursuit”, maliciosamente titulada en castellano “Venganza bajo cero” para atraer a los fans de su trilogía “Venganza”, pertenece a este perfil cuyo modelo y principal precedente habita en el Charles Brosson de “Yo soy la justicia”.