No había cumplido 9 años, cuando Oz Perkins empezó a trabajar en el cine junto a su padre. Ni su progenitor era desconocido, ni aquella secuela de su personaje más inolvidable tenía posibilidad de superar el modelo de partida.
Cuando han transcurrido cinco partos, diez carreras por los estrechos pasillos de un hospital público en la Francia de Macron y la ultraderecha y un sin fin de sobresaltos, roces, sudores y lágrimas, apenas llevamos diez minutos de proyección de «Matronas».
Hay piezas cuya ambición, destreza e interés se revelan incluso antes de que aparezcan los títulos de crédito iniciales. Para cuando se nos informa sobre sus principales constructores: director, actores, guionista… ya sabemos que nos aguarda buen paño; catamos, en menos de un minuto, que lo que vendrá a continuación valdrá la pena, porque quienes han construido este texto fílmico se lo curran.
Del sudor que desprende «Que la fiesta continúe» se percibe que Robert Guédiguian (Marsella, 1953) respeta a Julio Anguita, coincide con su «programa». Como el incombustible cordobés, a estas alturas de su vida, Guédiguian ha dejado de creer en muchas cosas.
Lo mejor de «Regreso a Córcega» se encuentra en su núcleo central, en esa zona compleja donde el enredo se hace lío y los personajes ya han mostrado la (errática) estrategia de sus movimientos.
Aunque desconociéramos todo sobre Monia Chokri, aunque fuera ésta la primera vez que hubiéramos leído su nombre en una película, la visión de «Simple como Sylvain» dejaría claro que esta directora (y actriz) algo sabe y mucho debe al hacer de gentes como Denys Arcand y Xavier Dolan.
En el comienzo de este filme inquietante, sórdido y enfermo está «La matanza de Texas» (1971) de Tobe Hooper. Sin ella «De naturaleza violenta» no podría haber existido. De aquellos genes, estos miedos. De aquellos excesos, estos horrores.
La casa como metáfora y metonimia de la familia; el hogar que se pierde cuando lo hogareño ya se ha perdido y/o el pasado que se resquebraja porque las ausencias pesan más que las presencias, ha alumbrado en los últimos tiempos algunos interesantes filmes de la cinematografía española.
Cuando Robert Altman diseccionó el mundo de la moda en «Prêt-à-Porter» (1994), no mostró ningún tipo de condescendencia con respecto a sus personajes. Ni buscó la caricatura, ni encontró lo épico. La mirada de Altman quedó congelada por la ausencia de sensibilidad de sus observados.
Mientras proliferan en la cartelera comedias grasientas que buscan la sonrisa en lo escatológico, sorprende este relato sin pretensiones ni zafiedad sobre un clásico argumento de enredos y confusión con pulsiones románticas y el fantasma de los celos. Dirigida, escrita y protagonizada en un papel secundario por Bruno Podalydès, «El barco del amor» no navega a la deriva; lo hace por el viejo cauce de la comedia clásica de los años 30 y 40 del siglo pasado.