Con el declinar de los grandes cineastas italianos surgidos del neorrealismo, cuando el final de la guerra empezó a parecer lejano ante los nuevos problemas que sacudían a la Italia de la prosperidad, apareció un cineasta singular y, hoy lo sabemos, de extraordinaria coherencia, llamado Marco Bellocchio.

Filmado como si fuera una escena de fantasmas, “Todos somos Jane” se abre en medio de una gala social en Chicago. Arranca con un fundido en negro y con la voz en off de algunas proclamas. No cuesta trabajo percibir que se trata de una fiesta convencional de discursos protocolarios y espejo de vanidades.

Javier Elorrieta (Madrid, 1950) se sale del catálogo del cine español. Verso libre en un panorama abonado por las familias y los amigos, Elorrieta resulta inclasificable e inencasillable. No porque desprenda ansias de autoría sino por todo lo contrario, ansía gustar, gustar a cualquier precio, a toda costa.

Los nazis, con sus campos de exterminio, representaron la máxima ignominia del ser humano. Nunca la humanidad se había envilecido tanto. Pero fue EE.UU. con sus dos bombas atómicas lanzadas sobre dos poblaciones indefensas, Hiroshima y Nagasaki, quien entreabrió la puerta a la ira de dios, suya fue la hora del apocalipsis; la acción más sanguinaria realizada jamás por nadie.