David Frankel, un neoyorquino de 57 años ha realizado una carrera más comercial que deslumbrante. El diablo viste de Prada (2008) fue su más conocido éxito. En Belleza oculta le acompañan dos referentes notables para dar sentido a un casting de lujo. A su izquierda hallamos el Dickens de Un cuento de navidad.

Abanderado del aviesamente llamado “movimiento”, Dogma 95, Thomas Vinterberg representa la segunda gran cabeza visible de aquella inteligente y, tal vez, excesiva humorada. Ahora, que ya hemos olvidado las suspicacias que su manifiesto provocó entre críticos atrofiados por la nostalgia, justo es reconocer que dio lugar a un puñado de buenas películas que pusieron a Dinamarca en el punto de mira del resto del mundo.

l editor de libros, anodina traducción de Genius, se construye con evidente voracidad de estilo. Una ambición que nace de cruzar tres naturalezas narrativas de difícil articulación. Su realizador, Michael Grandage, proviene de la escena teatral. Su contexto argumental gira en torno al mundo de la literatura.

ntes de desmenuzar su contenido, acordemos que Paterson representa una declaración de principios. Estamos ante un filme bisagra con el que el director de Dead Man (1995), hace repaso a su propia historia. Y al hacerlo, su conclusión, no exenta de cierta perplejidad, (re)afirma que lo importante no estriba en mirar hacia atrás, sino en saber recomenzar.

A Tom Ford, cuando se acercó al cine, le precedía un aureola de celebridad; era un brillante creativo del mundo de la publicidad y la moda. A Ford, el salvador de Gucci le llamaron, dinero, premios y fama le sobraba. Tanto que cuando debutó como director, Un hombre soltero (2009), adaptación de la novela de Isherwood, levantó mil suspicacias. No obstante, Ford demostró entonces que sí sabía lo que hacía y quería.

La cabra tira al monte y al cine español, en cuanto se le deja, le sale el esperpento y le puede la sal gruesa. En esos casos todo se conduce bajo el influjo de una hambruna de risa, una orfandad de divertimento. En cuanto se rebajan las pretensiones de aparentar calidad artística, al cine español le come la angustia de tener que conjurar el horror cotidiano con la sonrisa. Lo malo es que, casi siempre, le nubla un exceso de caspa.

Se equivoca la (ultra)derecha mediática, hecha de tertulianos sin rumbo y polemistas sin con(s)ciencia, al boicotear a La reina de España. Se equivoca por confundir lo que dice el Fernando Trueba personaje, con lo que hace el director. Meten la pata por juzgar sin ver. Por prohibir sin percibir. La cosa viene de antiguo, de tiempos de inquisición y censura. Pero quienes, justo por lo contrario, acudan como feligreses devotos en desagravio y defensa a ver la película, también pisarán en falso, también errarán sin remedio.

Escrita y dirigida por Maysaloun Hamoud, Bar Bahar encontró en el Zinemaldia un fértil campo de cultivo. Bien intencionada, contemporánea sin ensayos ni hermetismos, reivindica a la mujer en un territorio lastrado por un patriarcado cercenador. Bar Bahar se ve fácil y provoca simpatías. En Donostia entusiasmó a un público bien masajeado por cuestiones sociales en un año, 2016, donde todo ha girado sobre el diálogo y la convivencia.

Escrita y dirigida por Maysaloun Hamoud, Bar Bahar encontró en el Zinemaldia un fértil campo de cultivo. Bien intencionada, contemporánea sin ensayos ni hermetismos, reivindica a la mujer en un territorio lastrado por un patriarcado cercenador. Bar Bahar se ve fácil y provoca simpatías. En Donostia entusiasmó a un público bien masajeado por cuestiones sociales en un año, 2016, donde todo ha girado sobre el diálogo y la convivencia.