Hay un virus que suele afectar a los contadores de historias. Dicha afección provoca sentimientos enfrentados. Se trata de un vértigo irreprimible pero que no muerde a todos. Ser o no víctima del mismo no es cuestión de talento ni de importancia, simplemente afecta a unos y deja indemnes a otros. Su manifestación más perceptible consiste en que, en un momento dado, estos contadores de cuentos se encuentran con la necesidad de hacer una película sobre sí mismos.

Básicamente hay dos niveles de percepción ante Warcraft: el origen. Por cierto, como su título evidencia, los productores parecen dispuestos a comenzar con ella una larga serie a la altura del conjunto de videojuegos a los que sirve y de quienes se sirve. Tras una década de idas y venidas, de disputas y desmoronamientos sobre su traspaso de la pantalla del ordenador y la tablet al cine, que fuera Duncan Jones el escogido sorprendió a todos.

Han pasado 14 años del estreno de Bowling for Columbine (2002). En este tiempo, Michael Moore no ha modificado ni una sola coma de su libro de estilo. Todo permanece fiel, todo sigue en su sitio. Todo menos su matrimonio y su físico. De su mujer se separó hace dos años, tras 21 de convivencia. De su cuerpo, en él, se hacen patentes el progresivo sobrepeso y los 62 años recién cumplidos. Kilos y años ablandan incluso a los más duros.

Con factura impecable, aire de alta comedia, -es decir no busca la carcajada evidente sino la sonrisa cómplice-, y pulso ágil, Noche Real puede ser definida como una nadería tan agradable como inocua. Posee el aroma británico de una fruslería para acompañar al té de las cinco. Viene firmada por Julian Jarrold un profesional que conoce el oficio a fondo, lleva 30 años sin parar de trabajar para el cine y la televisión. Su obra siempre es correcta, sus películas viven en la discreción total. Ni gustan, ni disgustan. O dicho de otro modo, su trabajo se ve bien y se olvida rápido.

El próximo martes, 24 de mayo de 2016, Jia Zhang-ke cumplirá 46 años. Es, sin duda, la cabeza visible del cine de la llamada sexta generación, la que sucedió al boom del cine chino vivido en los años 80 y que consagró a Zhang Yimou como su máximo referente internacional. Recordemos: Jia Zhang-ke estrenó su primer largo en 1998 y, desde entonces, sus reiteradas disecciones críticas sobre la vertiginosa transformación de China no han cesado de sorprender, a veces, incluso de estremecer.

Parece un cuento de hadas pero, en lugar de fantasía, todo se ve iluminado por un subrayado de la hipérbole realista. Hay un lírico hiperrealismo que todo lo impregna. Parece un melodrama de días tristes y noches solitarias y, pese a ello, transmite buen rollo y reconciliación con la condición humana. Ahora bien, con rezumar buenas vibraciones, en algunos momentos se disparan todas las alarmas de la sospecha y el temor porque sabemos que lo que narra el filme, no es lo que suele acontecer en la vida real.

Francia ha dado al mundo dos relevantes ofrendas. Una fue la creación del cine, un invento que desde su nacimiento giró en torno a dos referentes, el de los hermanos Lumière, ligado al realismo, y el de Méliès, explorador de lo fantasmático. El otro legado, cuando el cine ya articulaba relatos, fue el llamado cine noir. Así, Francia cultivó el género, un género sujeto a hibridaciones y subgéneros, y alumbró cineastas y películas inolvidables, por más que sea EE.UU.

La bruja se abre con un juicio y concluye con un akelarre. O sea, da una vuelta de tuerca a un tema clásico. Pero hay más, mucho más. La bruja se ubica cronológicamente en la zona cero del nacimiento de los EE.UU., en el laberinto del siglo XVII, en ese país al que, ahora, un millonario racista y pendenciero llamado Trump convoca a un tiempo de ira, sangre y miedo. Así que no es casualidad que este filme estremezca y conmueva en estos momentos.

Recibida con expectación y honores, la primera señal que tuvimos de High-rise fue en el marco del Zinemaldi de 2015. Allí, en la sección oficial, su proyección la convirtió en la obra que más disparidad de calificativos cosechó. Nacida para deslumbrar, High-rise lo tenía todo para haber sido una de las obras del año. Parte de un relato mítico de un escritor legendario y se atreve a emparentarse con un no menos mítico cineasta contemporáneo, David Cronenberg.

Un análisis al argumento de El niño y la bestia sugiere, al menos, cuatro niveles en su entramado. Pero, en su interior, esas cuatro capas de significación, al fundirse entre sí, dotan al conjunto de un sofisticado y sobrecargado relato de relatos no fácil de discernir y nunca culpable de incurrir en perfiles maniqueos. Comencemos por la apertura. El filme transcurre entre dos mundos, dos universos unidos por una pequeña brecha que hace posible, de manera extraordinaria, (tras)pasar de un lado a otro.