Desde los carteles que le preceden, todo en Cegados por el sol, clama y reclama su denominación de origen. La elección del reparto siempre significa, pero aquí, en el casting descansa su sentido. Unir en el mismo plano a Ralph Fiennes con Tilda Swinton es una declaración de guerra. Si el cuadrilátero se cierra con el escurridizo Matthias Schoenaerts y la siempre perturbadora Dakota Johnson, el resto parece tan sencillo como encontrar un buen argumento.

La vida de Trumbo, las anécdotas, vicisitudes y personas que le acompañaron, tal vez sean como las que cuenta esta película pero esta película carece de la esencia de lo que Trumbo fue y de lo que su figura significa. Guionista de éxito, novelista de talento, autor de libretos tan incontestables y heterogéneos entre sí como Vacaciones en Roma, Espartaco y Papillón, Dalton Trumbo fue la voz y el rostro más visible de los llamados “diez de Hollywood”, un puñado de víctimas de una lamentable caza de brujas ejercida por y en EE.UU. hace apenas medio siglo.

El título de Mi amor, con la “r” marcada en un color distinto de manera que se sugieren dos significados, dueño y persona querida, ofrece una excelente (re)interpretación del título original que, traducido literalmente, sería Mi rey. De hecho, ese juego desvela lúcidamente lo que en este filme nos aguarda. Estamos ante una historia común cuya mayor virtud reside en los matices, en el tempo, en los rasgos personales que sus dos principales protagonistas sean capaces de (a)portar.

Nada hay ilegítimo en la práctica del remake. Al contrario, en el hecho de volver a contar una historia ya conocida, pueden darse la mano un montón de virtudes. Por eso mismo, la historia del cine ofrece entre sus logros más celebrados acciones de diferentes cineastas que no temieron enfrentarse a relatos ya ofrecidos por otros.

Arrasó en Sitges donde fue aclamada como mejor película de la edición 2015. Un galardón que le viene un poco grande pese a que, nadie le discute, su efectiva solidez y la gran habilidad de obtener un rendimiento muy superior al que le habita en su material de partida. En el Festival de Sitges, donde confluyen las propuestas más radicales, las más extrañas y más arriesgadas del cine contemporáneo “fantástico” suele ser habitual que, en su palmarés, se impongan pequeñas pero efectivas propuestas en una decisión siempre conservadora.

Convertido en libro de iniciación, la célebre entrevista que a lo largo de seis días sostuvo el joven Truffaut con el veterano Hitchcock representa un lugar común para los aspirantes a director; una suerte de texto sagrado. En El cine según Hitchcock, Truffaut, película a película (re)hizo el camino del cineasta británico en busca de la clave de su estilo. El francés preguntaba, el inglés aceptaba el juego. A veces, también él contraatacaba a su modo.

En Francia ha arrasado por su humor, por su pertinencia, por su implicación política. En el resto del mundo la cosa parece mucho más complicada. Es la primera película de Kheiron, un humorista francés de origen iraní que, para debutar como realizador de cine, escoge algo que conoce muy bien, su propia biografía familiar. Kheiron escribió, dirigió e interpretó esta historia presidida por la figura de su padre.

A Hirozaku Kore-eda (1962), como a Naomi Kawase (1969), dos cineastas de referencia inexcusable para hablar del cine japonés del siglo XXI, el hecho de la procreación le significó una perceptible mutación, no en su estilo pero sí en su tono. Si en el caso de Kawase, la directora llegó a obsesionarse con los procesos de la gestación hasta filmar ensimismada las bonanzas del parto natural, a Kore-eda, ser padre le ha llevado a buscar esperanza allí donde antes todo era incertidumbre.

En un documental de visión aconsejable, The Kingdom of Dreams and Madness, Mani Sunada desnuda el canto del cisne del Estudio Ghibli. Sin espacio aquí para abundar en lo que eso significa, basta referir que Sunada narra allí el proceso de gestación de El viento se levanta de Miyazaki y El cuento de la princesa Kaguya de Takahata. O sea, las últimas batallas de los dos hombres fuertes de un estudio de leyenda.

La modista teje su manto en un territorio hostil, en un tono turbio y en un juego de requiebros que pulveriza géneros preestablecidos. Con ella, regresa en la dirección de largos una mujer que en los 90 irrumpió con fuerte personalidad en un momento en el que Australia (George Miller, Peter Weir, Alex Proyas, Baz Luhrmann,…etc.) se descubría como la mejor reserva para sostener el cine de Hollywood.