Julie Bertucelli pisa con insolencia un territorio en el que hay muchas posibilidades de resbalar. Sin complejos ni precauciones, “La última locura de Claire Darling” hace honor a su nombre. Es decir, la película se abisma locamente. Se precipita en la nada tras una reflexión amarga, revestida con esa insensatez que corroe toda obra que asume la inevitabilidad de la muerte como si el mundo ignorase la fugacidad de la existencia.
El título para su lanzamiento en España acierta de pleno; se diría que es “casi imposible” concebir un delirio como éste. Ahorro resumir el argumento y evito las escatologías con las que pretende hacer cómplices a teenagers con acné desatado atribulados por urgencias sexuales descontroladas.
“Hellboy” tuvo un padre al que le debe su ADN primigenio: el ilustrador y escritor de cómic californiano, Mike Mignola (Berkely, 1960). Pero en su traspaso al cine, “Hellboy” se encontró con un padrino que no se conformó con ilustrar lo que había nacido para las páginas impresas, sino que le confirió ecos de su propia existencia.
Zhang Yimou carga con el peso de la cruz de la “Quinta Generación”. Fue aquella, una camada de profesionales del cine crecida en plena revolución cultural. La del último delirio de Mao, la que sospechaba de todo atisbo de intelectualidad y condenaba a campos de trabajo a quienes no provenían del mundo rural.
Hay películas sólidas ante las que no caben dudas sobre su bondad. De ese material se forjan las obras que permanecen. Eso acontece con “Los hermanos Sister”, un filme que, apenas sin andadura, goza de esa condición de título recomendable.
Lo dijimos en su desembarco en el pasado SSIFF. En el ADN de Louis Garrel va grabado a fuego la fiebre por la profesión. Hijo de director y actriz, nieto de ilustres profesionales del cine, casado con una de las actrices protagonistas de este filme, Laetitia Casta, este actor, director y guionista se desayuna con cine, con cine se acuesta y con él se levanta.
Sin duda, el título evocará en el buen aficionado la histórica película de Jack Arnold, “The Incredible Shrinking Man” (1957) obra que, a su vez, iluminó parte del hacer de Almodóvar en “Hable con ella”. El cine -la cultura- tiene esas cosas, entremezcla ecos que aparentemente nunca hubiéramos imaginado juntos y crea extrañas sinfonías.
“Vitoria, 3 de marzo” transcurre entre dos canciones, entre dos emociones unidas por su vértice pero, antagónicas en su contenido. Entre “A galopar” de Paco Ibáñez y “Campanades a mort” de Lluis Llach se escenifica una de las páginas más dramáticas de la transición española tras la muerte de Franco.
Los restos de Nureyev descansan desde el 13 de enero de 1993 en el cementerio ruso de Sainte-Geneviève-des-Bois en Francia. Se trata de un gesto de ratificación identitaria, dado que Moscú y París, Francia y la URSS fueron los territorios decisivos donde transcurrió la existencia de quien está considerado como uno de los mejores bailarines clásicos del mundo.
Por las venas del bailarín moscovita corría la misma sangre repleta de glóbulos divinos que atravesaba a luminarias como María Callas o artistas como Pablo Picasso.
Diez años y más de veinte largometrajes después, la máquina de alta precisión e infinitas ganancias de la Marvel desemboca en su sublimación, en la apoteosis, en la madre de todas las batallas y el cambio de paradigma.
Como subraya su título, “Endgame”, estamos ante un final de ciclo, una clausura de era cuyos detalles deben ser silenciados con precaución porque, en los últimos tiempos, se ha desatado una infantil obsesión enfermiza contra los llamados spoilers.