El formalismo de Isla de perros, su equilibrada belleza de geometría y orden, la impecable y contagiosa banda sonora, las simetrías de ácido y miel y las innumerables citas cinéfilas, contribuyen a cegar la mirada de quien observa lo que acontece en esta distopía canina. Incluso la ya imparable aureola de Wes Anderson y sus obras precedentes no hacen sino incrementar la distorsión ante lo que realmente acontece en el interior de este atípico e inclasificable filme.
Hace unos años Mateo Gil era la cara oculta de Amenábar. Era ese 50% sumergido en el anonimato. Así, mientras Amenábar era saludado como el portavoz del cine español de la generación del advenimiento del siglo XXI, Gil ocupaba un discreto segundo plano en la sombra. Sin menospreciar la calidad de esa filmografía conjunta, (Tesis, Abre los ojos, Mar adentro y Ágora) Mateo Gil sigue apareciendo como un profesional de rostro irreconocible que, cada vez que intenta hacer algo por su cuenta, se abisma y se pierde.
Poco a poco, aprovechando los pequeños resquicios que permite una cartelera saturada de estrenos insustanciales, comienzan a verse estrenadas en los cines las mejores películas del anime japonés. Este Fireworks se presentó en el pasado Zinemaldia con aires de pieza mayor. La sombra de Your name le avalaba al mismo tiempo que le ponía un cepo en el cuello.
Con un arabesco moldeado por el vértigo y que desemboca en el horror, “Custodia compartida” se enfrenta y afronta una de las lacras más sanguinarias de nuestro tiempo: la violencia de género. Fruto de una detenida observación, escrito con conocimiento de causa y atravesado por la verdad que emana de lo que se percibe desde el estremecimiento de lo real, Xavier Legrand muestra parecida fuerza a la que hace 19 años acompañó el debut de Laurent Cantet con “Recursos humanos”.
En el viejo conflicto entre literatura y cine suele darse la fatal creencia de presuponer que la buena escritura es terreno peligroso, tóxico y por ello infértil para abonar grandes películas. Según eso, las obras maestras de la alta literatura resultan menos domesticables. Lo contrario, de un folletín puede brotar una obra maestra de la cinematografía, se defiende invocando talentos malditos como Welles.
“Un lugar tranquilo” re/clama la paz de los cementerios, la inmovilidad de las ruinas y el silencio de los muertos. Esta esmerada y meritoria incursión en el género del terror posee muchas virtudes y una penosa servidumbre. Sin esta última estaríamos hablando de un filme de culto, de una obra importante. Podría haber sobrevolado hasta el territorio de Stalker de Tarkovski.
Fesser transita espacios agrestes con temáticas infrecuentes en el cine español. De hecho, con Campeones cabe rastrear referencias de procedencias tan lejanas como exóticas. Al menos tres fuentes parece pertinente traer a colación ante ella. Una procede del cine de Bollywood; otra, de Hollywood; y la última de Japón.
Durante 26 años Yôji Yamada se dedicó casi por completo al mismo personaje. Durante un cuarto de siglo, aventura a aventura, consagró su existencia a Tora-san, un viajante arquetípico del imaginario japonés que adoptaba la sublimación del referente romántico nipón. Esto implicaba que, en la mayor parte de sus historias, Tora-san se quedaba compuesto y sin novia. La mejor prueba de amor no es culminar el deseo, o sea satisfacer el impulso, sino renunciar a él si hay circunstancias que así lo aconsejan.
Repite una y otra vez Gerard Depardieu a Juliette Binoche una palabra clave, un sortilegio que retumba con la oquedad de la impostura. Se musita como un ruego, casi como un mantra. Pero se recibe como una orden explicitada en inglés: Open. “¡Ábrete!”. Esa es la lección del personaje de Depardieu al de Binoche. Con ella trata de reivindicar la necesidad de desmontar los prejuicios.
Lo más desalentador de Inmersión se desprende de la caspa de su tono, de ese “como está contada” por más que lo que cuente esté más sobrecargado que un retablo churrigueresco de finales del XVII. Lo que cuenta es la adaptación de la novela de espías de J.M. Ledgard. El cómo, peca dos veces; por viejo y por resabiado. Es decir, por doblemente arrugado.