A los quince minutos, las alarmas que provoca Don Jon se apoderan incluso de aquellos espectadores que se identifican con su protagonista. A la hora y cuarto se hace evidente que este actor-director-guionista sabe lo que hace y en ese hacer lo que sabe late una bofetada a tanta exaltación erótica de comedia gruesa para descerebrados que van al cine en busca de carne, chistes y destrucción.

Ganadora de la Palma de Oro en la última edición del festival de Cannes, La vida de Adèle se ha subido al cielo de la polémica con poderosos argumentos. Levanta pasiones y enfrentamientos, cautiva y perturba. Fascina, pellizca y repele como lo hicieron en otro tiempo obras inclasificables que van desde El último tango en París a Saló, pasando por Los idiotas y La pianista, por citar algunos ejemplos.

Musa de Luis Buñuel, Catherine Deneuve es una belle de jour si no de eterna juventud, ¡ay! eso no existe, sí de una atractiva dignidad que desafía el paso del tiempo. A sus setenta años interpreta en esta película de buenas intenciones y suaves maneras, la ¿última? huida hacia adelante de una madura mujer a la que le engaña el amante y se le hunde el negocio.

Desde los títulos de crédito, el interior de un piano captado a través de una mirada que juega con los desenfoques y con los tamaños; o sea con las deformaciones que provoca la intersección de ambos recursos, se nos informa que aquí hay un director de pasión y cinefagia. Incluso ese detalle, arrancar con las credenciales en cuyos resquicios descansa la clave del filme, delata unas fuentes que saben del cine manierista de los años 50.