Nuestra puntuación
El extraordinario viaje de T.S. Spivet de Jean Pierre Jeunet, un cuento familiar, pone un digno final a una edición discreta e irregular
En algún lugar entre Delicatessen y Amelie
Se cumplen veintidós años de Delicatessen y doce de Amelie. Vaya a donde vaya, a su hacedor, Jean Pierre Jeunet, le acompañan las sombras, las reverberaciones de estos dos títulos que gustaron mucho, con devoción, pero a públicos antagónicos; a espectadores de gustos irreconciliables. Para quienes aquella especie de 13 Rue del Percebe, en clave francesa, con una temperatura cromática saturada y caliente, sigue siendo un filme de referencia; las aventuras de Audrey Tautou, significaron un edulcoramiento intolerable.
Y viceversa. Para quienes el tono gamberro, escatológico y anfetamínico de aquelloscarniceros disparatados es sinónimo del freakismo más irrelevante; el romance extremo de una jovencita francesa llena de imaginación e ingenuidad, es la quintaesencia del cine moderno. Y sin embargo, Jean Pierre Jeunet no parece sufrir del síndrome de Doctor Jeckyll y Mr.Hyde. Al contrario. Ambas tendencias, una fantasía desbordada, un gusto por un barroquismo formal, un swing narrativo ágil, hecho de arabescos y guiños, cosido con la pasión de un niño enfebrecido al descubrir el placer de leer, y una querencia por un “buenismo” argumental, por personajes tiernos, por sentimientos positivos, por finales felices, (con)forman una columna trenzada. Ese es el fundamento estilístico de este cineasta galo.
Con la notable excepción de su incursión en la cuarta entrega de Alien, entrega que no pudo superar lo que antes que él habían creado Ridley Scott, James Cameron y David Fincher, el cine de Jeunet ha permanecido fiel a su libro de estilo. Trató de reeditar el descomunal éxito comercial de Amelie, algo que no logró. Y ahora, tras algunos titubeos, con su último filme, se abraza a lo que siempre ha sido una constante en su cine: el arrebato.
Con T.S., un niño inventor, capaz de vislumbrar la rueda del movimiento perpetuo, aunque éste solo dure 400 años, Jeunet cerraba ayer el Zinemaldia. Concebida como una película amable, para todos los públicos, Jeunet utiliza con talento los recursos del 3D. En sus manos, la tridimensionalidad sirve para desplegar gráficos, para proyectar pensamientos, para albergar recovecos propios de lo latente hasta ahora desterrados al fondo del plano. El estilo visual, con Jeunet siempre ha sido así, aporta solemnidad, un deseo de singularidad y un gesto de marca de fábrica que maniata la forma con el fondo.
Jeunet dejó ayer, tras los premios y los aplausos del Zinemaldia más pobre en calidad de los últimos años, un relámpago de ingenio, un cuento moderno que, tras la apariencia de frivolidad e infantilismo, encierra un núcleo oscuro, una úlcera terrible. Ese Extraordinario viaje de T.S. Spivet despidió con vitalidad la 61 edición. Y en él se cuenta la odisea de un niño cuyos progenitores son un vaquero arquetípico y una estrafalaria científica empeñada en estudiar el mundo de los insectos: la acción y el pensamiento. Viven en el campo, junto a una hermana que aspira con convertirse en reina de la belleza y un perro fiel. La fuga de T.S. Spivet da lugar a un recorrido que atraviesa el país: de Montana a Washington. Con un acento que parece adentrarse en el terreno hollado por el Wes Anderson de Moonrise Kingdom (2012), lo mejor del filme descansa en la sensacional presencia del joven Kyle Catlett. Con él Jeunet intenta bajo el barniz de su filme más americano, la fusión imposible: cruzar Delicatessen con Amelieen clave de cuento infantil; un poco en la línea de La ciudad de los niños perdidos.