El autoengaño del héroe
Título Original: PROMISED LAND Dirección: Gus Van Sant Guión: Matt Damon y John Krasinski; según un argumento de Dave Eggers Intérpretes: Matt Damon, John Krasinski, Frances McDormand, Rosemarie DeWitt, Scoot McNairy y Titus Welliver Nacionalidad: EE.UU. 2013 Duración: 96 minutos ESTRENO: Abril 2013
Lo que acontece en este filme, del que se presumen aromas provenientes del cine de Capra, transcurre entre dos acciones similares: un lavado (literal) de cara. Se trata de un idéntico plano que nos muestra, distorsionado por el agua, el rostro de Matt Damon. La primera vez, Steve Bluter, ( o sea “el que sirve”) se desprende de las telarañas del sueño. En la segunda, se arranca las vendas del alma. Siendo iguales ambas acciones, sabemos que entre una y otra, ha caído un velo que ocultaba la verdad. Entre una y otra, ese personaje ha sabido del mal, y ha probado la fragilidad que sostiene el juego social y la condición humana. Dicho de otra manera, Gus Van Sant recita que lo que nos despierta es el roce de vivir; ese goce doloroso nos enseña la verdad y su cara amarga.
Gus Van Sant, como Steven Soderbergh, pertenece a una nueva dimensión de cineastas. No son unívocos ni se aferran a su condición de artistas. Su cine oscila entre el encargo y la experimentación, van del mainstream al gesto indie, algo que no siempre significa moverse entre el cine basura y la excelencia de la autoría. Al contrario. Son profesionales que encaran cada reto desde los presupuestos establecidos en el proyecto de partida. Pueden ser artesanos y saben ser cineastas.
En ese sentido, este Gus Van Sant de Tierra prometida, pertenece al lado más populista, al más accesible y luminoso; al que lo acerca a esos públicos que se sienten muy incómodos ante relatos tan exquisitos como Elephant, Gerry y Lost Days. Como el citado Soderbergh de Erin Brockovich (2000), lo que en Tierra prometida se juega apunta hacia un mundo de multinacionales expoliadoras, holdings de alto capital y baja ética que, como en El club de la lucha, asumen los costes aunque cuesten vidas si el beneficio merece la pena. Solo que en este caso la denuncia que plantea se queda en más hipotética que real. Lo que a Van Sant le interesa es hablar del héroe que trabaja en el equipo equivocado, mostrar la tentación de la avaricia, el drama rural de quienes se aferran a la tierra sin futuro y la promesa/maldición de enriquecerse a costa de un precio que se ignora. En suma, estamos ante un Gus Van Sant turbio y con un ambiguo apunte sobre quienes luchan por una causa bastarda.