La verdad de los niños

Título original: LA CAZA Dirección:  Thomas Vinterberg  Guión: Tobias Lindholm y Thomas Vinterberg Intérpretes: Mads Mikkelsen, Thomas Bo Larsen, Annika Wedderkopp, Lasse Fogelstrøm y Susse Wold Nacionalidad:  Dinamarca.  2012   Duración: 111 minutos ESTRENO: Abril 2013


Vinterberg,  la cara sensata y contenida de Dogma 95; uno de los contrapesos en Zentropa a Lars von Trier y sus arrebatos, escribe con caligrafía clara y en línea recta. No hay ambigüedad alguna en sus crónicas sociales. No hay incertidumbre en sus taxidermias psicológicas. El patriarca sexagenario de Celebración (1998) era una mala bestia. Y el padre divorciado, profesor en una guardería de La caza es una víctima inocente, un pagafantas de la hipocresía social y del horror colectivo ante el considerado más nefando de todos los crímenes contemporáneos, la pederastia.  

Entre esos dos títulos citados, la trayectoria de Vinterberg ha conocido instantes de zozobra. Pese a los premios que recibió Submarino (2010), y a pesar de las injustas malas críticas de Querida Wendy (2005), el cine de Vinterberg no había dado señales de la ajustada y perversa eficacia de la primera obra de Dogma. Ahora, 15 años después, Vinterberg, que en su cine siempre aparece preocupado por relatos agitados por las relaciones familiares, nos regala su mejor película: La caza. Aquí, como en Celebración, los abusos sexuales infantiles se perciben no en primer plano, sino fuera de campo, como siniestra amenaza y señal de una sociedad enferma.
A los pocos minutos de iniciarse el filme, cuando apenas han desaparecido los créditos, Vinterberg muestra cómo distribuirá las piezas en su campo de batalla. En una sucesión de planos cortos, en un montaje sincopado, Vinterberg filma un grupo de niños de cuatro o cinco años. Esperan vigilantes, parecen olfatear el peligro. La llegada de Lucas (Mikkelsen) y la algarabía que se sucede a continuación, subraya el leit motiv de La caza: la falsedad de los prejuicios y la temeridad de juzgar a partir de las apariencias. Esta secuencia de apertura deviene una hora después en una siniestra premonición. Entonces, cuando Vinterberg ya ha desarrollado su estrategia, se comprende que lo que pretende en este filme es el reverso de lo que Celebración denunciaba. Si allí se hacia un ajuste de cuentas ante el silencio de las víctimas, ante la impunidad del agresor y frente al miedo de quienes sufren el abuso y la ignominia; en La caza se apunta justo a lo contrario. Aquí se muestra la impotencia del acusado inocente; la indefensión de ese Lucas, el que viene de la luz, que se verá condenado a las tinieblas por la llamada verdad de los niños y, sobre todo, por la reacción violenta de quienes, investidos por la razón del grupo, se lanzan prestos a lapidar.
Se diría que La caza es una puesta al día de Las brujas de Salem, una reinvención de Dies irae que avanza sobre las brasas escondidas de las perversiones sexuales, sobre la pulsión de muerte de una sociedad que no consigue resolver ese oscuro objeto de deseo. Vinterberg regatea los escarceos confusos de pasadas aventuras y escoge un tono de clasicismo y austeridad. Con él, durante los primeros minutos, retrata a su víctima. Un buen hombre, amigo leal y maestro responsable, zarandeado por una relación conyugal equivocada. Vinterberg huye del claroscuro, aquí no hay zonas sombrías, y se sitúa en las antípodas del hacer de Todd Solonz. A él no le interesa la pedofilia sino  la emergencia del conflicto que sobreviene a partir de una acusación falsa. Desasosegante en su atmósfera, aquí aparece el mejor Vinterberg de todos, el que con un par de brochazos dibuja un paisaje propicio para abrazar la locura y el fanatismo. Parece hablar de los abusos infantiles cuando lo que hace es despellejar la inmadurez de una civilización sedienta de violencia al tiempo que mira a lo femenino con el mismo pánico que agita y perturba al viejo Lars
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