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Neoclasicismo y aventuras
Título Original: SHANGHAI Dirección: Mikael Håfström Guión: Hossein Amini Intérpretes: John Cusack, Chow Yun Fat , Gong Li, Ken Watanabe, Jeffrey Dean Morgan, Franka Potente y David Morse Nacionalidad: EE.UU. 2010 Duración: 100 minutos ESTRENO: Septiembre 2012
Secuestrado durante meses, Shanghai se percibe como un filme sin tiempo, una película desubicada que lo tiene todo para seducir. Posee todo menos la convicción necesaria para convencerse a sí misma de que podía haber sido una gran película. En algún modo, y debe entenderse eso sin valoración negativa, Shanghai se busca a sí misma para preguntarle al espejo del tiempo ¿qué lugar ocupa?; ¿dónde está? Adornado por los atributos del cine mainstream y con una selección internacional de actores que sobre el papel garantizan un éxito total, el filme desde su mismo amanecer evidencia su vocación de cine de Oscar. En consecuencia a lo que Shanghai representa, esa encrucijada oriental tan cara a occidente y tan llena de reverberaciones emocionales, se ve habitada por un reparto internacional plagado de estrellas. Hay muchos galones en la nómina, pero nadie parece decidirse a tomar la batuta.
Ellas, las estrellas, se limitan a prometer lo que fueron y lo que representan, pero el responsable de orquestar tan impresionante tripulación no alcanza jamás ese punto de emoción capaz de hacer inolvidable una historia que bebe de aguas tan profundas y complejas como las que lamieron la realidad del Shanghai del tiempo de la invasión japonesa. Desde el mismo despegue del relato, con una cámara que sobrevuela colgada de una grúa sobre un reinventando Shanghai en uno de los instantes más confusos de la historia del mundo del siglo XX, el director de 1804, no puede evitar un aire anacrónico, una sensación de déjà vu que se enreda hasta asfixiar la espina dorsal de su argumento. En escasas palabras, lo que Shanghai desgrana recuerda mucho al cine de los años 40. Hafström muestra una ciudad en descomposición, una metrópolis oriental ocupada por Japón, pero habitada, como un poliédrico tablero de ajedrez, por figuras provenientes de Alemania, Gran Bretaña, EE.UU y China.
En ese tablero se desarrolla un laberíntico juego de traiciones y lealtades, de amores y traiciones que se engancha de manera preminente al magnetismo de una Gong Li que, paradójicamente, hace unos años protagonizó un filme titulado La joya de Shanghai bajo la atenta mirada de Zhang Yimou. Nada queda aquí del tono poético y perverso que el autor de Sorgo Rojo llegó a pergeñar en una ciudad asolada por el tráfico de drogas, la política y la corrupción. Al contrario, su modelo de partida hay que rastrearlo en el cine de los años del clasicismo, justo aquél que germinó en el puente errático que unió la primera con la segunda guerra mundial.
Escrito quedó que Casablanca improvisó su relato sobre la marcha. Shanghai parece haber hecho justo lo contrario; desabrochar una historia que debería haber sido sólidamente soldada pero que da excesivos síntomas de una peligrosa inestabilidad.
Un actor como John Cusack, cuya blandura aparente lo sitúa a años luz de arquetipos como los que aportaron actores como Bogart, Stewart, Cagney, Cooper, Wayne o cualquier otro proveniente de aquella época, se erige en síntoma preocupante del escaso vigor que este filme muestra. y sin embargo, en su descargo, convertido en un filme maldito antes de estrenarse, cabría ratificar que su relato recupera la pasión por la intriga romántica de un cine que desgraciadamente ya no se estila.