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Un Chaplin “atorrentado”
Título Original: THE DICTATOR Dirección: Larry Charles Guion: Sacha Baron Cohen, Alec Berg, David Mandel y Jeff Schaffer Intérpretes: Sacha Baron Cohen, Anna Faris, Ben Kingsley, Jason Mantzoukas, Megan Fox, John C. Reilly, Aasif Mandvi y Chris Elliott Nacionalidad: EE.UU, 2012 Duración: 83 minutos ESTRENO: Julio 2012
Imaginen que el filme de Larry Charles y Sacha Baron Cohen fuera, como su título insinúa, una puesta al día de El gran dictador de Charles Chaplin. O sea, una respuesta visceral, beligerante y solidaria ante la amenaza de una locura sanguinaria que recorre el mundo en el tiempo presente. Si nos movemos en esa hipótesis, la pregunta obvia es: ¿quién sería en este filme el epígono del Hitler que parodió el propio Chaplin? Larry Charles y Baron Cohen no aclaran eso. Su dictador no tiene nombre propio; representa a muchos y no es ninguno. ¿Quizás porque el mundo del siglo XXI resulta más perverso y moralmente ambiguo que el del primer tercio del siglo XX? Tal vez. La cuestión es que sin referencia literal, nada sostiene una parodia en torno a un sujeto inconcreto. Al ser irreal, su dictador, se desmorona.
Empecinados en nadar a contracorriente y en bucear en las grutas submarinas de lo políticamente incorrecto, en su descenso al infierno del fanatismo político, en su caracoleo por las estribaciones del abuso de estado, los humoristas estadounidenses evidencian escasa destreza para descubrir y describir los monstruos de esa tiranía que tratan de desenmascarar. En todo caso, hay un discurso en su recta final donde, con excesiva obviedad, el protagonista del filme, un dictador confundido, elocuentemente describe las virtudes de la democracia estadounidense afeando, por ironía, los procedimientos aplicados por los mandatarios norteamericanos en su lucha contra el “mal”.
Lejos del estado de delirante gracia que llegó a rozar Borat, aquí el dúo Larry Charles-Sacha Baron se conforma con repetir la fórmula de sal gruesa y escalpelo afilado. Con un esquema argumental que abunda en la idea del citado filme de Chaplin, el doble y el engaño; El dictador se descose por donde a Santiago Segura se le desmandó Torrente. La simpatía que provoca el actor que lo encarna empapa al sujeto abracadabrante, criminal e irresponsable que representa. Mal asunto. Chaplin puso gran cuidado en diferenciar el héroe del villano, por más que los dos tuvieran su mismo rostro. Baron Cohen despilfarra el recurso y su doble se convierte en un clon retrasado lo que hace del dictador un hijo de mala madre redimible y simpático.
Empecinados en nadar a contracorriente y en bucear en las grutas submarinas de lo políticamente incorrecto, en su descenso al infierno del fanatismo político, en su caracoleo por las estribaciones del abuso de estado, los humoristas estadounidenses evidencian escasa destreza para descubrir y describir los monstruos de esa tiranía que tratan de desenmascarar. En todo caso, hay un discurso en su recta final donde, con excesiva obviedad, el protagonista del filme, un dictador confundido, elocuentemente describe las virtudes de la democracia estadounidense afeando, por ironía, los procedimientos aplicados por los mandatarios norteamericanos en su lucha contra el “mal”.
Lejos del estado de delirante gracia que llegó a rozar Borat, aquí el dúo Larry Charles-Sacha Baron se conforma con repetir la fórmula de sal gruesa y escalpelo afilado. Con un esquema argumental que abunda en la idea del citado filme de Chaplin, el doble y el engaño; El dictador se descose por donde a Santiago Segura se le desmandó Torrente. La simpatía que provoca el actor que lo encarna empapa al sujeto abracadabrante, criminal e irresponsable que representa. Mal asunto. Chaplin puso gran cuidado en diferenciar el héroe del villano, por más que los dos tuvieran su mismo rostro. Baron Cohen despilfarra el recurso y su doble se convierte en un clon retrasado lo que hace del dictador un hijo de mala madre redimible y simpático.