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Pasión, muerte y resurreción del señor oscuro
Título Original: THE DARK KNIGHT RISES Dirección: Christopher Nolan Guión: Jonathan y Christopher Nolan Intérpretes: Christian Bale, Tom Hardy, Gary Oldman, Anne Hathaway, Morgan Freeman y Marion Cotillard Nacionalidad: EE.UU. y Reino Unido. 2012 Duración: 164 minutos ESTRENO: Julio 2012
La tercera incursión de Christopher Nolan en el mundo turbio, doliente y oscuro de Batman se cierra como un enigmático uróboro. Así, como la serpiente que se muerde la cola, el final se abraza con el origen en un gesto que evoca la continuidad de la vida, en una rúbrica que sugiere un eterno retorno. De hecho, como advierte su título, este filme implica un renacer, por eso recorre los mismos pasos que en la obra de apertura, por eso se nos hace saber que a Batman le aguardan los fantasmas del pasado. Concebida como una trilogía desde su primer plano, con un guión guardado bajo secreto como si en él reposara la clave del mundo, Nolan puede alardear de haber conseguido algunos hitos singulares.
Entre otros, el de intentar fusionar el cine de acción y pirotecnia digital con una reflexión simbólica que consagra a Batman como ese texto contemporáneo que lo autentifica como el cuento de todos los cuentos del primer decenio del siglo XXI. Monumental tarea ésta resuelta a golpe de contrastes, con ciertas irregularidades pero con un extraordinario mérito que, más allá de la permeabilidad subjetiva a este tipo de relatos, hacen de Nolan uno de los grandes. Uno de los buenos. En ese retablo compuesto por tres cuerpos que el exhaustivo proyecto de Batman representa, se establece entre el primero y el tercer capítulo un juego de espejos, de simetrías y asimetrías, de maldiciones y culpas. Lo que en su origen parecía deber mucho a Miller, ahora se sabe que pertenece casi todo a Nolan. Es como si el cineasta británico hubiera pergeñado desde el mismo comienzo una estrategia a largo plazo. Nolan hace como su actor principal, Christian Bale, metamorfosearse a favor de lo que está contando para, al final, erigirse en el fundamento definitivo y dejar que aflore su propio universo.
Lo que Nolan hace con el Batman creado por Bob Kane en 1939 es potenciar su hálito simbólico y su capacidad de emblematizar la tragedia del hombre contemporáneo; la lucha entre la pulsión de muerte y la llamada del goce; el ying y el yang entre el amor y el odio. De ahí que al final, Nolan sumerja a Gothan en el escenario de un combate entre dos visionarios, dos antagonistas de múltiples heridas que se mueven por (des)amor. Ambiciosa en grado sumo, en este renacer de Batman, Nolan lo ha puesto todo. En él hay un recorrido por la historia de la humanidad: de la lucha de clases a la revolución francesa, de la crisis bursátil al terrorismo contemporáneo. Nolan construye su balsa con los restos de mil naufragios, ata a sus personajes con cáñamos de Shakespeare; y ensarta sus conflictos con clavos del mejor cine clásico. Brillante y genial en muchos momentos, también resulta farragosa y desajustada en otros. Especialmente porque en su ADN pesa mucho el material de origen y las directrices de la gran producción que es. En el fondo, Nolan se comporta como el Alfred Hitchcock de la contemporaneidad. Su tercer Batman gira en torno a un McGuffin que, si se analiza, se muestra insustancial. Pero como el autor de Psicosis, la recompensa que da por no detenerse en el detalle y por dejarse llevar por los ríos subterráneos que alimentan sus pasiones, representa un excelente premio.
Así lo entienden millones de espectadores ¿jóvenes? quienes se abrazan a este filme ¿sin reparar? que en él habitan fantasmas inquietantes llenos de un cruel pesimismo. La ironía evita que afloren demasiado. La misma con la que se dribla el infantilismo que se adivina, emergería si alguien osase continuar las aventuras con Robin y Bat Girl. Por eso Nolan lo abandona, porque, en caso contrario, dejaría sin sentido esta hermosa lección de pasión por la puesta en escena y el compromiso por decir algo.