Scorsese, el cine, la paternidad y lo maravilloso
Título Original: HUGO Dirección: Martin Scorsese Guión: John Logan; basado en laobra de Brian Selznick Intérpretes: Asa Butterfield, Chloë Grace Moretz, Ben Kingsley, Sacha Baron Cohen, Jude Law y Christopher Lee Nacionalidad: EE.UU. 2011 Duración: 128 minutos ESTRENO: Marzo 2012
A Martin Scorsese se le podría decir, a la vista de sus últimos trabajos, aquello que canta Juana la del Pipa: “Te quise sin darme cuenta y ahora que olvidarte yo quiero, qué trabajito me cuesta”. Viene esto a cuento de La invención de Hugo, un filme calificado de insólito en la trayectoria del cineasta que firmó Malas calles, Taxi Driver y Toro salvaje. Fue con obras como las citadas como comenzamos a querer, y mucho, a Martin Scorsese. Era el suyo el verbo rotundo de quien hacia equilibrios sin red sobre el delgado hilo de la culpa y la venganza. Moralista de mirada implacable; diseccionador de la cara oculta de la sociedad contemporánea y biógrafo de antihéroes rotos; Scorsese ocupa un lugar excepcional en ese Olympo cinematográfico que tomó el relevo a los grandes clásicos de los años 30 y 40.
Al mismo tiempo, Scorsese, como Godard, ha alimentado una doble faceta, una mezcla notable entre su capacidad para contar historias y su querencia por reflexionar sobre el lenguaje cinematográfico y su Historia. Defensor entregado a la recuperación y rehabilitación del mejor cine, La invención de Hugo supone quizá, ese punto de fusión entre sus dos grandes facetas: la del cinéfilo que en cuanto espectador ama el texto fílmico y su oficio como fabulador a quien rodar le confiere un sentido especial a su existencia. No es pues tan seguro que todo en La invención de Hugo obedezca a un Scorsese diferente. En todo caso, la mayor desviación del hacer de su universo fílmico, casi siempre centrado en la muerte y siempre sostenido por un destino crepuscular, hay que buscarla en las apariencias. Scorsese siempre ha contado cuentos. En su juventud, eran relatos terribles para conformar un mundo adulto sacudido por el exceso y la desorientación. En su senectud, se diría que Scorsese baja la intensidad y el realismo a favor de la luz, lo genérico y el divertimento. Ahora, bajo la apariencia de un cuento infantil y erudito, se da un atracón de fiebre cinéfaga: Méliès, Lumière, Chaplin, Keaton, Lloyd, Fairbaks,… y así hasta Bergman reconocible en esos primeros planos de la mirada de Hugo.Lo ha dicho él mismo, se trata de un gran espectáculo, de un regalo encantado y encantador que un padre veterano hace a su hija pequeña. Al adentrarse en el 3D, al explorar en las posibilidades que aporta una tecnología todavía en fase de desarrollo, su actitud parece emular la misma con la que Méliès unía cine con magia. Con la obra de Selznick como guía, La invención de Hugo nos habla de un huérfano empeñado en concluir la obra de su padre; dar vida a un autómata que a su vez fue creado por un desconocido. Vive escondido en la maquinaría que señala las horas de la estación de tren; vive en el corazón del tiempo que mueve la vida y que, en obvio paralelismo, evoca el cine, su origen y su destino.
Hugo, como todos los niños protagonistas de los terribles cuentos de fantasía, se ha quedado solo. Frente a él, no hay un hada madrina sino un viejo Méliès que, arruinado por la voracidad del naciente negocio del cine, ha sido arrinconado. Y en ese punto, Scorsese zarandea la verdad histórica a su conveniencia para exprimir el excelente jugo simbólico que anida en su interior. Sin embargo, Scorsese, virtuoso trovador del odio y la ira, siempre ha titubeado a la hora de retratar la bondad. Su lado más débil aparece cuando trata de convocar el amor. Como diría la marquesa de Sérvigne: “Cuando no me fío de nadie, hago maravillas”. Cuando Scorsese no se fía, maravillas hace. Ahora que (con)fía en su instinto paterno, no logra ese punto de excelencia por el que tanto le quisimos, aunque ciertamente sabe forjar lo maravilloso.
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