Nuestra puntuación
Extranjeros en su propia tierraTítulo Original: EXTRATERRESTRIAL Dirección y guión: Nacho Vigalondo Intérpretes: Michelle Jenner , Julián Villagrán, Carlos Areces, Raúl Cimas y Miguel Noguera Nacionalidad: España. 2011 Duración: 90 minutos ESTRENO: Marzo 2012
La personalidad de Nacho Vigalondo le precede. Director, guionista, actor, showman …, Vigalondo pertenece a la generación post-Santiago Segura, es uno más de esos hermanos menores del inventor de los amiguetes, es uno de los más significados herederos del padre de Torrente, esa lamentable saga fílmica dirigida por un hombre de singular talento y notable inteligencia. Como Santiago Segura, Vigalondo se ha convertido en una especie de hombre-orquesta, un blogero ahora en paro por jugar con el fuego del holocausto que no rechaza ningún espacio televisivo para autopromocionar su trabajo y, por lo mismo, nunca deja de acudir a ninguna cita, por pequeño y raquítico que sea su presupuesto, si el evento merece la pena. A diferencia de Segura, aunque se recubre de la misma coraza hecha de disimulo e ironía, Vigalondo no parece renunciar a cierto plus de riesgo en sus apuestas cinematográficas. Como Segura carece de fe, ¿qué se puede esperar de la vecindad que nos rodea?, pero cree que podrá hacer esa “gran” película.
Para ello cuenta con su mejor arma: la extravagancia. La había en Los cronocrímenes, una incursión en el territorio de la ciencia ficción y el horror insólita para una cinematografía nacional abonada a la comedia grosera y al melodrama blando. Son las señas de identidad de un país de corrupciones múltiples e hipocresías infinitas. También había ingenio en aquel cortometraje, 7:35 de la mañana, que bajo el aspecto de una subversión del musical cultivaba una declaración romántica mal cantada y torpemente interpretada pero altamente eficaz como lo demuestra que incluso en Hollywood estuvieran dispuestos a darle el Oscar al mejor cortometraje del año 2004.
En Extraterrestre, Vigalondo ensaya una nueva extravagancia, un estar fuera de lo canónico a través de un argumento que se reclama como propio de la ciencia ficción para derivar en una nueva vuelta de tuerca a lo que le acompaña desde el principio: las idas y venidas del chico quiere a chica bajo las premisas del segundo decenio del siglo XXI. Dicho de otro modo, aquí no hay que buscar alienígenas provenientes de más allá de las estrellas. Aquí, lo bizarro y desconocido surge desde el interior de una relación sexual y afectiva que tiene mucho más que ver con Jardiel Poncela y el surrealismo de los años 30 que con el Spielberg de E.T. o con el Monstruoso de Matt Reeves.
Lo inconcebible, lo paradójico y lo fantástico no reside en que el cielo se llene de ovnis sino en que en el interior de una vivienda habiten seres tan descerebrados como los que aquí se dan cita. Por cierto, Extraterrestre no podría haber sido formulada sin los precedentes de un nuevo humor y una nueva comedia española puesta de relieve en programas como Muchachada Nui. De hecho, en algunos episodios, Vigalondo fue guionista. Por eso mismo, Extraterrestre se mueve en sintonía al hacer de cineastas como el Borja Cobeaga de Pagafantas y No controles. Significativamente, Cobeaga y Vigalondo nacieron el mismo año, 1977, y ambos estudiaron en la UPV. Representan a la cosecha nacida tras la muerte de Franco; o sea, sus humores poco deben y nada fían a los que retrataba Berlanga.
Con medios mínimos y juegos máximos, Vigalondo desarrolla una tipología sobre el género masculino en relación con el ideal femenino. Una historia delirante que crece en torno a tres freakies y una bella. Así, en el contexto de una tierra invadida, Vigalondo traiciona las cábalas paracientíficas para abordar las relaciones sentimentales y la frágil membrana de eso que ahora nos da risa: un ensimismamiento pasivo habitado por personajes excentricos, extranjeros en su propia tierra.
Para ello cuenta con su mejor arma: la extravagancia. La había en Los cronocrímenes, una incursión en el territorio de la ciencia ficción y el horror insólita para una cinematografía nacional abonada a la comedia grosera y al melodrama blando. Son las señas de identidad de un país de corrupciones múltiples e hipocresías infinitas. También había ingenio en aquel cortometraje, 7:35 de la mañana, que bajo el aspecto de una subversión del musical cultivaba una declaración romántica mal cantada y torpemente interpretada pero altamente eficaz como lo demuestra que incluso en Hollywood estuvieran dispuestos a darle el Oscar al mejor cortometraje del año 2004.
En Extraterrestre, Vigalondo ensaya una nueva extravagancia, un estar fuera de lo canónico a través de un argumento que se reclama como propio de la ciencia ficción para derivar en una nueva vuelta de tuerca a lo que le acompaña desde el principio: las idas y venidas del chico quiere a chica bajo las premisas del segundo decenio del siglo XXI. Dicho de otro modo, aquí no hay que buscar alienígenas provenientes de más allá de las estrellas. Aquí, lo bizarro y desconocido surge desde el interior de una relación sexual y afectiva que tiene mucho más que ver con Jardiel Poncela y el surrealismo de los años 30 que con el Spielberg de E.T. o con el Monstruoso de Matt Reeves.
Lo inconcebible, lo paradójico y lo fantástico no reside en que el cielo se llene de ovnis sino en que en el interior de una vivienda habiten seres tan descerebrados como los que aquí se dan cita. Por cierto, Extraterrestre no podría haber sido formulada sin los precedentes de un nuevo humor y una nueva comedia española puesta de relieve en programas como Muchachada Nui. De hecho, en algunos episodios, Vigalondo fue guionista. Por eso mismo, Extraterrestre se mueve en sintonía al hacer de cineastas como el Borja Cobeaga de Pagafantas y No controles. Significativamente, Cobeaga y Vigalondo nacieron el mismo año, 1977, y ambos estudiaron en la UPV. Representan a la cosecha nacida tras la muerte de Franco; o sea, sus humores poco deben y nada fían a los que retrataba Berlanga.
Con medios mínimos y juegos máximos, Vigalondo desarrolla una tipología sobre el género masculino en relación con el ideal femenino. Una historia delirante que crece en torno a tres freakies y una bella. Así, en el contexto de una tierra invadida, Vigalondo traiciona las cábalas paracientíficas para abordar las relaciones sentimentales y la frágil membrana de eso que ahora nos da risa: un ensimismamiento pasivo habitado por personajes excentricos, extranjeros en su propia tierra.