Fábula del monarca que no podía hablar en público

Título Original: THE KING´S SPEECH Dirección: Tom Hooper Guión: David Seidler Intérpretes: Colin Firth, Geoffrey Rush, Helena Bonham Carter, Guy Pearce, Jennifer Ehle y Derek Jacobi Nacionalidad: Gran Bretaña. 2010 Duración: 118 minutos ESTRENO: Diciembre 2010

El discurso del rey, filme pulcro y preciso de un eficaz profesional del relato televisivo llamado Tom Hooper, se sabe heredero de ese cine británico de mucho oficio y calidad contrastada. Se trata de una descomposición del hacer de David Lean y del fallecer de James Ivory. Una combinación agridulce a la que se le añaden algunos gestos del Stephen Frears de The Queen y la académica factura de las series de época que la BBC primorosamente borda. Todo ello abunda en la sensación aparente de que tenemos un buen paño, excelentes modelos-actores, y un corte de alta costura. La cuestión es que la suma de estos tres factores no garantiza la experiencia artística. De hecho El discurso del rey jamás logra traspasar el umbral de lo que verdaderamente emociona y conmociona.
En 1982, Andrej Wajda, entonces convertido en un referente del cine europeo, filmó una reflexión semejante titulada Danton. En pocas palabras lo que Wajda proponía era el duelo entre dos concepciones políticas antagónicas zarandeadas por la fuerza centrífuga del sumidero sangriento de la Revolución Francesa. Ambientada durante el mes de septiembre de 1793, Wajda, que como todo cineasta político acude al pasado para hablar del presente con la esperanza de influir en el futuro, reconstruía el duelo entre Robespierre y Danton. Un enfrentamiento épico entre el exceso y la razón, entre la piedad y la ira, una batalla que culminaba con un diagnóstico demoledor. El discurso de Danton se convertía en espuma de mar a causa de una inoportuna, fatal y letal afonía. Danton perdía la cabeza no porque careciera de argumentos, sino porque su garganta estaba rota. Dicho de otro modo, la verdad se deshace si nada la convoca ni nadie la escucha. El discurso de Danton devenía en silencio, pero ese silencio se entendía sin ambigüedad alguna.
El filme de Hooper, construido sobre un guión de carpintería teatral, o sea la palabra se impone a la imagen, parece hurgar en esa misma herida. Aquí hay dos discursos, dos palabras enfrentadas. Uno se recoge a partir de las huellas de lo real y pertenece al delirio hitleriano y a su mímica excesiva. Es la llamada al holocausto y a la perversión de la razón. El otro descansa en los titubeos de un rey tartamudo, un monarca que heredó el trono porque su hermano mayor lo abandonó por una divorciada norteamericana. Su discurso es el de la declaración de guerra del imperio británico a la Alemania de Hitler. Si el filme de Wadja aparecía como un ensayo ético sobre los límites del poder y la fuerza redentora de la palabra, ni Hooper ni su guionista muestran interés por lo que eso significa. Ese texto que preludia el título del filme, es puro pretexto.
De ese discurso que se nos anuncia como el tema central no interesa el qué sino el cómo. Hay más tensión en el atolladero verbal del rey que en lo que sus palabras significan. Hooper se comporta como un realizador de pantalla pequeña. Su filme escoge la anécdota. Conduce por la senda del biopic ingenioso y banal los prolegómenos que rodearon el famoso discurso con el que Europa se emborrachaba de muerte. Aunque los hechos se ajusten a la Historia, su forma se antoja mascarada, juego de sombras al servicio de un adorno interpretativo del que sale vencedor no el rey y su palabra, Colin Firth, sino el logopeda y su estrategia, Geoffrey Rush. Reducido a un ejercicio de superación personal, Hooper cambia solemnidad por profundidad, artificio por oficio y calidad actoral por verdad interpretativa. De ahí que lo paradójico de un filme tan obsesionado con la palabra es que su metonimia se rompe por la base: no da al rey lo que es del rey ni al logopeda lo que es del logopeda.
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