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Yo, me, mi, conmigo Título Original: TODAS LAS CANCIONES HABLAN DE MÍ Dirección: Jonás Trueba Guión: Jonás Trueba y Daniel Gascón Intérpretes: Oriol Vila, Bárbara Lennie, Ramón Fontserè, Bruno Bergonzini, Valeria Alonso, Ángela Cremonte y Miriam Giovanelli Nacionalidad: España. 2010 Duración: 107 minutos ESTRENO: Diciembre 2010
Ese “mi” final del título de esta película debe leerse como la confesión de un narcisismo desatado. Ese “mi” grita a los cuatro vientos el carácter ensimismado de la opera prima del hijo de Fernando Trueba, el cineasta que, junto a Colomo, alumbró en el amanecer de la transición española lo que fue bautizado como comedia madrileña. Por cierto, aunque ahora se magnifique aquel cine, nadie desde el rigor sostendrá que aquel puñado de películas divertidas, desvergonzadas e insustanciales tomaron el relevo al cine de Berlanga, Azcona y Ferreri. Por mucho Oscar que cosechara Belle Époque, las comedias de Trueba y García Sánchez acabaron más cerca del territorio de Ozores y de la llamada tercera vía que de las ácidas metáforas de los años 50 y 60 del autor de Plácido.
El interrogante que ahora encubre esta verborreíca película firmada por Jonás Trueba es ¿de quién tomará el testigo el joven que en su bautizo recibió el nombre de un filme del ahora olvidado Alain Tanner y del alias artístico de Julius Henry Marx? Desde luego no de ninguno de los que dieron la idea a su padre. En no pocas reseñas y reportajes se ha querido ver en este filme el legado, la influencia y el peso del primer trabajo de Fernando Trueba. El protagonismo de Madrid y la obsesión por el amor–cama-sexo abundarían en esa comparación. Pero, por más que se quieran tejer paralelismos entre ambos filmes, el camino que inicia Jonás Trueba parece asumir más los tics de David Trueba que la frescura inicial de su progenitor.
Jonás, como David, tiene la valentía y la virtud de no renunciar al verbo. En el silencio se refugian los peores cineastas, pero en la palabra fílmica naufragan los más atrevidos. Jonás, escoltado por la factoría familiar y sin la necesidad que soplaba en las velas del cine postfranquista, se comporta como un pálido reflejo del cine afrancesado habitado por personajes insufribles que tan bien perfilaba Rohmer y a los que tanto cariño dio Truffaut. El resultado es un soliloquio regado por chicas dispuestas, amigos lelos y un listo triste; una opera prima para el olvido, aunque Jonás se merezca la oportunidad de un segundo asalto.