Desenmascara granujas y alumbrarás melancolías

Título Original: FAIR GAME Dirección: Doug Liman Intérpretes: Naomi Watts, Sean Penn, Sam Shepard, Ty Burrell, Brooke Smith, Noah Emmerich, Bruce McGill y Michael Kelly Nacionalidad: EE.UU. 2010 Duración: 106 minutos ESTRENO: Noviembre 2010

En los instantes finales de Fair Game, el título en castellano parece un chiste de Mortadelo, la verdadera protagonista en la que está inspirada la película, Valerie Plane Wilson, irrumpe en la pantalla. En ese momento su extraordinario parecido con el personaje compuesto por Naomi Watts se impone en el lienzo de la pantalla como una bofetada. Una bofetada que deja, que provoca, un sentimiento extraño en el espectador. Hablo de ese espectador europeo que no termina de asumir que en Hollywood la realidad y la fantasía guardan una estrecha vinculación. Hace ya mucho tiempo que en EE.UU. no existe una frontera que las divida.No me refiero a esa fantasía en la que se opaca el horror real de lo que pasa al decir de Zizek, sino de esa sensación de impotencia por la que el cine se (re)conoce inútil. Una confusión/confesión al entender que las revelaciones que el cine balbucea solo aciertan a cultivar una dolorosa sensación de melancolía. Si tras la segunda guerra mundial el cine perdió su inocencia y el relato renunció a su poder simbólico, tras la guerra de Irak toca asumir el peso del cinismo y la disolución absoluta entre la realidad y la fantasía. Todo es fantasmal, todo es representación, todo es apenas nada.
En su médula central, el último filme de Doug Liman, un hombre empeñado en el cine de (re)acción y palomitas, toca frontalmente uno de los daños colaterales de la gran mentira de la presidencia de Bush jr., la del poder destructor de Sadam Hussein, la del arsenal imaginario que provocó la última gran invasión del ejército USA.La victima, un matrimonio ejemplar: Joseph Wilson y Valerie Plane. Él, diplomático; ella, espía de la CIA. Ambos sufrieron juntos las consecuencias de no tener la boca cerrada. Ambos se convirtieron en testigos de cargo de la falsa alarma que Bush y su gabinete utilizó para ir a la guerra. Ambos, por no guardar silencio, fueron chivos expiatorios, víctimas y blanco de los patriotas. Su vía crucis dio lugar a dos novelas y en ellas, con ellas, Doug Liman alumbra una suerte de trasunto de Spencer Tracy y Katherine Hepburn en clave contemporánea.
Este Fair Game es, de lejos, el título más interesante de un discreto director que ha firmado El caso Bourne (2002), Sr. y Sra. Smith (2005) y Jumper (2008). Elegirle a él para asumir un thriller que propone una denuncia política tan ambiciosa como ésta, no es sino desactivar cualquier credibilidad que pueda haber en esta historia. Dicho de otro modo, cuando este tipo de cine toma la verdad, la verdad deja de tener importancia para devenir en espectáculo, en esa fantasía disolvente y corrosiva de la que se hablaba al comienzo.
Un maduro Sean Penn de verbo salomónico y con un cabreo parecido al de Moisés del Sinaí da réplica a una Naomi Watts que se hace mayor con un gesto de tristeza en la mirada. Dos excelentes intérpretes que se mueven con el entusiasmo de quien cree que, con este filme, desenmascaran a un granuja. En realidad, en la guerra de Irak abundaron los granujas y lo que provoca escalofríos ahora es que películas como ésta no hagan sino ratificar la impunidad de los responsables. Las recientes declaraciones de George Bush jr. sobre sus dudas y su oposición a la invasión de Irak, una obscenidad insultante, y la aceleración delirante por la que el cine cada vez se acerca más al presente sin que sus alumbramientos cieguen nada ni a nadie, ni consigan restablecer alguna tipo de justicia, acrecientan la insoportable sensación de percibir que estamos en el tiempo de la total impotencia. La culpa no está en el cine, sino en esa realidad que lo inventa.
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