La pelota de basket y el mercado global

Título Original: MAMMOTH Dirección y guión: Lukas Moodysson Intérpretes: Gael García Bernal, Michelle Williams, Marife Necesito, Sophie Nyweide, Run Srinikornchot y Jan Nicdao Nacionalidad: Suecia, Alemania y Dinamarca. 2009. Duración: 120 minutos ESTRENO: Junio 2010

La imagen de Leo (Gael García Bernal) en Mamut, supura soledad. De algún modo se siente un animal extinguido en un mundo en el que no encaja. De eso, de extraños en el paraíso, va este filme presidido por figuras maternas en conflicto con un sistema cruel que cambia tiempo por dinero; bienestar por felicidad. Lukas Moodysson, director danés con obras tan rotundas como Fucking Amal, Juntos y Lyla forever desvela su intención a través de una imagen recurrente. Esa imagen reina en medio de una secuencia en la que Leo mira la ciudad desde el impresionante ventanal de un hotel de lujo en Tailandia. Como King Kong desterrado, Leo sabe que con respecto a quienes están abajo, mantiene una distancia infinita. Su mirada conforma con su reflejo en el cristal una enigmática simetría: no vemos al otro, estamos ante un espejo sin escapatoria. Leo es un triunfador con un aburrimiento cósmico, que vive en una burbuja virtual. Posee una naturaleza de adulto-niño, es un Peter Pan de la Psp que disfruta de un loft de lujo en Manhattan junto a su hiperactiva mujer, una cirujana de urgencias; su hija, una niña tan lista como desasistida; y una nana extranjera que cuida de esa hija que no es suya para poder dar a sus hijos la casa que todavía no posee. El pretexto que da sentido al título de este filme hace referencia a una pluma de lujo, un capricho de rico consistente en una estilográfica con incrustaciones de hueso de mamut. Todo un símbolo de poder. Un icono al alcance de apátridas con pasaporte bancario. Tiburones de la crisis global y la usura privada. Moodysson, con un pretexto narrativo mínimo, el viaje de Leo a Tailandia para firmar un gran contrato por su talento para el mundo del videojuego y la venta, quiere (ex)poner la crisis del hombre occidental ante nuestros ojos.
Rodado en su mayor parte en inglés, lejos de su Suecia natal, entre Nueva York y Tailandia, Lukas Moodysson nos remite a Schiller para recordar que la filosofía sigue sin poder sustentar el edificio del mundo. Lo que en consecuencia hace que el hambre y el amor lo sigan regulando. ¿Qué significa esto? Que los instintos perviven regentes en ese abrazo primigenio entre la pulsión de muerte y el ansia de inmortalidad.
En Mamut, se acusa el peso del Babel de Iñárritu y su deseo de (des)tejer esa red social que acorta geografías y agranda la desigualdad. Lukas Moodysson, como Laurent Cantet, Bertrand Tavernier o Michael Winterbottom, se adentra en los aledaños del problema con intenciones ecuménicas. Su discurso sobre ese balón de basket “madeinfilipinas” vendido en USA a una madre emigrante que lo compra para reenviarlo a su hijo que se ha quedado en Filipinas, rebota pleno de intencionalidad didáctica. Ahora bien, el cine cuando se reclama como experiencia artística, nunca ha pretendido elaborar discursos ni firmar recetas. Lo propio del Arte es provocar preguntas y mostrar la COSA que no queremos ver.
Moodysson intuye su dejación al llegar a los últimos metros de su película, cuando ya ha deslavado tanto a sus personajes que éstos se perciben como arquetipos excesivamente blandos. Con Mamut se encenderán aleccionadores debates sobre la globalidad del mercado y el desmoronamiento de una sociedad higienizada por el poderoso gel del dólar. Ahora bien, ahí no reside lo mejor de este filme. Sus méritos hay que arrancarlos a los planos perdidos, y no me refiero a esos minutos interminables de videoclips ensimismados, sino a gestos como los de la madre cirujana corriendo sola en la azotea, aislada de la humanidad a la que sirve, y ese padre, inmaduro e infantil, abrazado a una prostituta a la que ni como hombre ni como rico sabrá atender.
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