La historia de Madame Marguerite tiene la mirada puesta en la hermana de los hermanos Marx, de quien toma su nombre a modo de guiño y homenaje, y los pies asentados en la vorágine que sacudió la Francia de los años 20. Allí, en pleno delirio del París de los surrealistas y dadaístas, sacudida por los arrebatos de la sociedad que lamía las terribles cicatrices de la primera guerra mundial sin percibir que aquellos horrores iban a ser superados por otros que tenían que venir, Xavier Giannoli firma un filme tan sobrecogedor como extraño.

Negociador entre sus virtudes aporta algo bastante escaso en el cine español: mira al presente y no teme rozarse con la condición humana. Uno de los factores del desapego que el público de este país dispensa a su cine reside en que éste evita el contacto con lo real. Piensen cuántas veces se ha llevado a la pantalla con rigor y sin miedo cuestiones que han condicionado nuestra existencia reciente. En un tiempo sacudido por la corrupción, atravesado por la violencia, edificado sobre mentiras y sostenido por la hipocresía y la desigualdad, resulta difícil citar películas en las que se puedan atisbar bocados de realidad.