Manolo Kabezabolo (Manuel Méndez Lozano, Zaragoza, 1966), pertenece al universo inencasillable de los versos libres. En algún lugar olvidado, pero cerca de Evaristo de la Polla Records, y de Eskroto (Marco Antonio Sanz de Acedo) de «Tijuana in blue», se ubica este cantautor punk cuya peripecia vital resulta tan dantesca como irreductibles se muestran las letras de sus canciones.
Como en «La cizaña» -probablemente una de las mejores aventuras del Astérix original de Uderzo y Goscinny-, en «La caja de cristal» se asiste al inquietante espectáculo de ver cómo un espacio social, aparentemente en calma, comienza a enturbiarse cuando en el armónico vecindario aparece un personaje que siembra desazón, división y envidia.
Las páginas de la Biblia, sus esotéricos relatos, siempre preñados de doble sentido, siempre minados con aleccionadora intención, alimentan buena parte de los guiones cinematográficos que en Hollywood, y no solamente allí, se filman cada día.
Productores de cuatro países, Estados Unidos, México, Canadá y Dinamarca, unen esfuerzos para sacar adelante el segundo largometraje como director de Viggo Mortensen. Ese carácter, que más que internacional posee vocación universal, recorre como espina dorsal un relato de amor disfrazado de western.
Con «Nina», su segundo largometraje, Andrea Jaurrieta certifica su condición de cineasta. Con solo dos títulos ha conseguido evidenciar una voz propia y singular, una capacidad de trabajo solvente y un universo narrativo empeñado en complicarse la vida.
Paco Roca, autor del texto original sobre el que Álex Montoya edifica esta película, posee un duende especial para agitar las emociones. Sus novelas gráficas, sus cómics, se envuelven en amables retratos de papel atravesados por siniestras sombras.
Tras el profundo vaciamiento emocional que significó «Drive my car» (2021), Ryûsuke Hamaguchi (Kanagawa, 1978) deja a un lado los soportes de la alta costura literaria (y teatral) para, desprovisto de coartadas culturales y sin la ayuda de Chejov ni Murakami, abismarse en una naturaleza crepuscular.
Allí donde «El triángulo de la tristeza» de Ruben Östlund daba síntomas de desequilibrio, o sea cuando en el zénit de su grotesca sátira se rozaba la obscenidad y la escatología, es donde empieza «The Palace».
Aunque el principal reclamo de «Rivales» se llama Zendaya, ella no ocupa el punto vertebral del relato. Aunque brilla en la pantalla, su lugar no comparece en el núcleo hegemónico del nuevo filme de Luca Guadagnino.
Al menos dos grandes vacíos, dos inmensas oquedades, colisionan en «La quimera». Dicho de otro modo, «La quimera» surge del entrechocamiento de dos mundos paralelos. El lenguaje y el metalenguaje, la forma y el fondo, el territorio y la frontera.