Manuel Martín Cuenca, (El Ejido, 1964) se mueve en la discreción. No es persona de declaraciones altisonantes, no se prodiga en tertulias de humo y ruido, ni tampoco transita por los pasillos del poder. En consecuencia recibe un tratamiento menor, como si fuera un cineasta de pico y pala. Pero bastaría con recorrer, una a una, todas sus películas para comprender que no ha hecho ninguna mala. Pese a ello, a Martín Cuenca se le niega lo que a otros, por cualquier fruslería, se les ha regalado.