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Robin Campillo pertenece a una generación de cineastas franceses nacida en el campo de juego establecido por la Nouvelle Vague. No lo tuvieron fácil. Cuando llegaron a la adolescencia, el negocio del cine había sufrido la invasión infantiloide de los Spielberg-Lucas; los efectos especiales reinaban por encima de un buen guión y el (ocio del) mundo se había cansado de los experimentos formales, del cine-ensayo y de la modernidad.

Lejos de Marsella y sin la complicidad de sus habituales, de Ariane Ascaride a Jean-Pierre Darroussin, sorprende encontrarse a Robert Guédiguian a tan larga distancia de su zona de confort. De sus compañeros de viaje permanece Pierre Milon, un director de fotografía habitual en el hacer de Guédiguian y también colaborador frecuente de Laurent Cantet.